R.M. Rilke: Cartas a un joven poeta. La vida como obra de arte.

Es finales de agosto, seguimos con una pandemia mundial, aunque algunos ya lo hayan olvidado. 

Tomamos un tomo de la voz de R.M. Rilke, la voz ya poderosa de su tiempo. Como lo era la del joven adolescente A. Rimbaud, el joven que nunca paraba de andar. Que abandonó la poesía y se marchó lejos, tan lejos como pudo. Y murió joven sin tiempo de volver a caminar tras amputarle una de sus dos piernas.

Rilke es escritor siempre; En sus cartas, epistolario enorme, en sus poemas siempre nos invita a asomarnos a su concepción del mundo, a su religiosidad, a su manera de entender la vida solitaria elegida por el artista. Escribir cartas como salvación. 

Estas "Cartas a un joven poeta" publicadas veinte años después de la Muerte del autor, fueron remitidas a Franz Xaver Kappus entre 1.903 y 1.906, desde los diferentes lugares a los su vida itinerante le conducían para buscar mecenazgos. 

Sus descripciones, su tristeza convertida en faro, entretejidas con sus situaciones vitales hacen de la lectura de estos textos un delicioso paseo de la mano de uno de los mayores escritores y personajes que dio el siglo XX. Trashumante, vivió varias vidas en una sola. Nunca abandonaba los límites de su soledad.

No podríamos entender a Rilke sin sus baronesas, duquesas, aristocracia, viajes, sin  su narcisismo, sin los fetiches, sin objetos simbólicos, sin conocimientos iniciáticos, sin imágenes religiosas y sin fe, no se puede entender a Rilke. Es un hombre desclasado, distante, contradictorio, psicológicamente complejo y muy inadaptado al mundo que le tocó vivir. Rilke es viajes, amores, correr contrarreloj. 


To Be By Your Side - Nick Cave 


Compartimos la Carta de Rilke a Franz Xaber Kappus, fechada en Roma, el 14 de mayo de 1.907, que hace la número siete de las diez que componen la obra: toda ella dedicada al tema del amor.


Roma, 29 de octubre de 1.903

Querido y apreciado señor:

Su carta del 29 de agosto la recibí en Florencia y ahora, dos meses después, le hablo de ella. Excúseme este retraso, pero no me gusta escribir cartas cuando estoy de viaje, porque para mi correspondencia necesito algo más que el instrumental imprescindible. Requiero algo de silencio y soledad y un momento que no me sea completamente extraño.

Llegué a Roma hace aproximadamente seis semanas, en un tiempo en el que la ciudad era todavía la Roma vacía, calurosa, desconcertada por la fiebre, y esta circunstancia, junto con otras dificultades de instalación de tipo práctico, provocaron que la intranquilidad en torno nuestro no quisiera llegar a su fin: el país extranjero se extendía sobre nosotros con todo el peso de la expatriación.

A esto hay que añadir que Roma (cuando no se la conoce todavía) en los primeros días produce una agobiante tristeza por el ambiente de museo turbio y falto de vida que exhala, por la opulencia de sus pasados sacados a la luz y trabajosamente conservados, de los que se alimenta un mediocre presente; por la falsa sobrevaloración, fomentada por estudiosos y filólogos e imitada por los habitualmente numerosos viajeros de Italia, por todas estas cosas desfiguradas y corruptas que, en el fondo, no son más que restos casuales de otro tiempo y de otra vida que no es la nuestra ni debe serlo. Finalmente, tras semanas de resistencia diaria, uno se encuentra de nuevo, aunque todavía un tanto confuso, consigo mismo y se dice: no, no existe aquí más belleza que en cualquier otro lugar, y todos estos objetos siempre repetidamente admirados por generaciones, que manos de peón de albañil han restaurado y reparado, no significan nada, no son nada, no tienen corazón ni valor; pero aquí hay mucha belleza, porque en todas partes abunda la belleza. Aguas inagotables, infinitamente llenas de vida, van por antiguos acueductos hacia la gran ciudad, y danzan en muchas plazas sobre conchas blancas de piedra y se extienden en amplios y espaciosos cuencos, y murmuran de día y realzan su murmullo de noche, que aquí es grande, estrellada y dulce a causa de los vientos. Y hay jardines, inolvidables alamedas y escalinatas, escaleras de piedra concebidas por Miguel Ángel, escaleras construidas imitando las aguas que caen en declive ancho, surgiendo peldaño a peldaño como de ola en ola. 

Con tales impresiones, uno se recoge a meditar, se recupera de nuevo para sí mismo de la multitud pretenciosa que allí habla y habla (¡y qué charlatana es!) y aprende lentamente a reconocer las muy escasas cosas en las que lo eterno, que se puede amar, perdura, y en las que lo solitario permite participar calladamente.

Todavía vivo en la ciudad, cerca del Capitolio, no lejos de la más hermosa escultura ecuestre del arte romano, la de Marco Aurelio. Pero dentro de algunas semanas me mudaré a un espacio sencillo y tranquilo, un viejo ático situado en la profundidad de un gran bosque perdido, retirado de la ciudad, de su tráfago y ruidos. Allí viviré todo el invierno, y disfrutaré del gran silencio, del que espero el regalo de buenas y laboriosas horas… Desde allí, donde me sentiré más en casa, le escribiré a usted una carta más larga, donde le comentaré sus trabajos. Hoy sólo tengo que decirle (y tal vez es injusto que no lo haya hecho antes) que el libro que me anuncia en su carta (aquel que contiene algún trabajo suyo) no me ha llegado. ¿Le ha sido devuelto, tal vez desde Worpswede? (Pues no está permitido reexpedir paquetes al extranjero). Esta posibilidad es la más convincente, y me gustaría que se confirmara. Espero que no se trate de un extravío —que contando con el funcionamiento del correo italiano no sería nada excepcional, por desgracia —. Me hubiera gustado recibir ese libro (como todo lo que me da señales de usted); y los versos, que entre tanto le vayan surgiendo, los leeré (si usted me los confía) y los releeré y viviré tan a fondo y tan sinceramente como pueda.

Con mis buenos deseos y saludos,

Suyo,

Rainer Maria Rilke

Tomada del libro Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke. Traducción: Antoni Pascual i Piqué y Constanza Bernad Ribera.


René Karl Wilhelm Johann Josef Maria Rilke nació el 4 de diciembre de 1.875 en Praga. Su padre era ferroviario y su madre, Sophie Entz, era hija de un funcionario bancario de buena posición. Fue ella quien le inculcó el gusto por la escritura y la poesía.

Ahora bien, ese mundo delicado y culto se vino a tierra cuando el matrimonio se rompió. Fue entonces cuando su padre cogió las riendas de su educación y lo envió a una academia militar. Afortunadamente, y debido a sus problemas de salud, pudo salir de aquel mundo y matricularse en la universidad en 1.895. Estudió literatura, historia del arte y filosofía en Praga y Munich.

Fue durante su estancia en Munich cuando conoció a la que sería la mujer de su vida: Lou Andreas-Salomé. Musa e influencia determinante durante toda su vida.

Gracias a Salomé, Rilke pudo conocer a escritores tan notables como Leon Tolstoi. Más tarde, con el comienzo del nuevo siglo, conoció en una colonia de artistas en Worpswede, a la escultora Clara Westhoff. Se casó con ella y, al año siguiente, tras tener a su primera hija, decidió dejarlas atrás y marcharse a París.

En París, Rilke conoce a Auguste Rodin y trabajó como su secretario. El célebre escultor le enseña la técnica de la observación objetiva como forma de creación. Asimismo, también entabla amistad con el pintor español Ignacio Zuloaga. Ambos artistas le dan impulso a su motor creativo y esa fuerza donde la subjetividad perfila ya gran parte de sus versos.

En este periodo parisino escribe Neue Gedichte (Nuevos poemas, 1.907), Réquiem (1.909) y la novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. Se trata de una obra casi autobiográfica en la que describe confesiones espirituales y muy íntimas sobre sus experiencias.

En 1.912, Rilke se aloja en el Castillo Duino, cerca de Trieste. Comparte unos meses junto a la condesa Marie de Thurn und Taxis. Ella, le inspira Duino Elegies. Fue un periodo de calma y disfrute que se acabó precipitadamente con el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Rainer Maria Rilke pasó la mayor parte de la guerra solo en Munich. Hasta que, finalmente, tuvo que unirse al ejército. Aquello lo marcó. Su carácter abierto, romántico y rebelde se volvió taciturno. Y a partir de ese momento vivió un periplo de viajes en los que halló inspiración y sosiego para su mente, tras el caos de la guerra.

Sin embargo, la seguridad de un final cercano le dio mayor impulso a su mente y a sus ansias por robarle más tiempo a la vida. Y lo aprovechó.  Escribió una serie inmensa de poemas y también de cartas. De hecho, su legado lírico es tan delicado como profundo, tan simbólico como íntimo e inspirador.

En los últimos cuatro años que le quedaban de vida, llegó a tener una relación de dos años con la artista Elisabeth Dorothea Spiro, cuyo hijo, sería después el conocido pintor Balthus.

Reiner Maria Rilke falleció el 29 de diciembre de 1.926 en el sanatorio suizo de Val-Mont.

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