Pido la paz para todos

A Prussian Requiem:
 I. Introduction to Moltke - II. The March ·
 John Powell · José Serebrier · Javier Camarena
Hubris: Choral Works by John Powell


Las trincheras apestando a fango y ratas, el novedoso y asfixiante gas mostaza, caretas antigás, hambre, locura, ruido de metralla. Tanques, hambre, frío.

En esos años de nubes de sangre, cabezas con vendas sujetando la vida que se escurre, poemas entre balas y bayonetas. En el centro de la Muerte.

Doce millones y medio es la cifra de correos postales que circulaban entre el frente Occidental y Gran Bretaña a la semana.

El título del libro "Tengo una cita con la muerte" procede de un poema de Alan Seeger, quizá el más impactante y tétrico de esta recopilación de los poemas de poetas que combatieron y murieron en la Gran Guerra, ya fuera en las trincheras o en el hospital.

Aquí no hay Senderos de Gloria, hay rojo de sangre y intangible dolor en millones de familias que perdieron a sus hijos y nietos en una Guerra que nació como pequeña Batalla  y terminó siendo una Gran Guerra que arrasó Europa entre 1914 y 1918. Una Guerra repleta de mentiras, de luchemos por la Patria, de Propaganda Bélica enarbolando la bandera de la Muerte segura dejando lo único que poseían: su vida, por un Mundo acabado, apático, gris, que se arrastraba entre pesadillas que desembocaron en un siglo de Guerras Mundiales.

Habría que citar a cada uno de los que murieron en esa guerra y nos dejaron para la memoria sus poemas. Todos muertos en la Primera Guerra Mundial, la mayoría en plena juventud. Todos son poetas en lengua inglesa. Las pequeñas reseñas biográficas que hay al final del libro nos informan de las precisas circunstancias de su muerte: murió ametrallado, de un tiro en la cabeza, derribado por aviones enemigos, murió en la batalla del Somme, de Arras, de Havrincourt, de Ypres,...A todos les rondaba la Muerte y eran conscientes de ello. Escritos en primera persona, en el momento, guardados en los bolsillos interiores de sus guerreras, junto a la foto de la madre, la novia o la esposa. Teñidos de sangre, de piojos, de suciedad y miedo.

Si miramos por el retrovisor de la Línea del Tiempo de nuestra Historia, hace sólo unos metros hubo una guerra marcada por la Batalla de Somme en 1916, masacre inútil, sangría de recién , voluntarios a la muerte, engaños y vileza para estrenarse como soldado muerto en la noche no merecida.

Miles de locos salidos de aquella sinrazón. Sueños rotos, aniquiladas almas. Sin rostro, mutilados, viviendo para siempre en eterna pesadilla, muriendo para rellenar con su nombre un hueco en el muro de soldados desconocidos, una cruz en un cementerio tan inmenso como el mar, tan frágil cansancio.

Está Guerra apenas tuvo nombre de mujer.

Pido la paz de todos. 


Poemas

Pero tengo una cita con la Muerte
A medianoche en algún pueblo en llamas,
Cuando la primavera se encamine otra vez al norte.
Y yo siempre soy fiel a mi palabra,
No faltaré a la cita. 

Alan Seeger


Poemas seleccionados

CITA

Tengo una cita con la muerte
en alguna disputada barricada,
cuando la primavera vuelva con susurrante sombra
y las flores de manzano llenen el aire
–tengo una cita con la muerte
cuando la primavera traiga los días hermosos y azules
  de vuelta–.

Puede ser que me coja de la mano
y que me lleve a su tierra oscura
y que cierre mis ojos y que apague mi aliento
–quizá pase a su lado en la quietud–.

Tengo una cita con la muerte
en alguna descarnada ladera de colina arrasada,
cuando la primavera regrese, un año más,
y asomen las primeras flores en el prado.
Dios sabe que sería mejor estar bien cubiertos
en seda y ser tendidos con perfumes,
donde el amor palpita en sueño placentero,
pulso cercano al pulso, y aliento al aliento,
donde los despertares acallados son queridos…

Pero tengo una cita con la muerte
a medianoche en algún pueblo en llamas,
cuando la primavera se encamine otra vez al norte,
y yo siempre soy fiel a mi palabra,
no faltaré a mi cita.

Alan Seeger




DULCE ET DECORUM EST

Doblados en dos, como viejos mendigos envueltos en
   sacos,
las rodillas rotas, tosiendo como brujas, maldecíamos
   en el lodo,
hasta que le dimos la espalda a las bengalas que acechaban
y hacia nuestro lejano descanso avanzamos con dificultad.
Los hombres marchaban dormidos. Muchos habían
   perdido sus botas,
pero seguían, cojeando, cubiertos de sangre. Todos
   lisiados y ciegos;
ebrios de fatiga; sordos incluso a los zumbidos
de las bombas de gas que caían suavemente a sus espaldas.

¡Gas! ¡Gas! ¡Rápido, muchachos! –un éxtasis al
   revolvernos,
ajustándonos las torpes máscaras justo a tiempo,
pero aún alguien gritaba y se movía, tropezándose
y confuso como un hombre envuelto en llamas o en cal
   viva.–
Turbio a través de los neblinosos cristales y la espesa
   luz verde,
como bajo el verde mar, lo vi ahogarse.
En todos mis sueños, ante mi visión impotente,
   tira de mí, consumiéndose, atragantándose, ahogándose.

Si tú también, en algún sueño sofocante, pudieras caminar
detrás del carro al que lo arrojamos,
y pudieses ver los blancos ojos retorciéndose en su cara,
Tengo una cita con la Muerte 147
su cara que cuelga, como un diablo enfermo de pecado;
si pudieses oír cómo, con cada bache del camino, la sangre
va saliendo a borbotones de sus pulmones corrompidos
   con espuma,
obscenos como un cáncer, amargos como el bolo
   alimenticio
de viles e incurables llagas en lenguas inocentes;
mi amigo, no dirías con tal celo
a los niños ardientes por una gloria desesperada,
la vieja Mentira: dulce et decorum est
pro patria mori.

Wilfred Owen


ANTES DE ENTRAR EN LA BATALLA
Por todas las glorias del día
   y la fresca bendición de la tarde,
por ese último roce del sol que yacía
   en las colinas cuando el día acababa,
por la belleza desbordada con esplendor
   y las bendiciones recibidas sin cuidado,
por todos los días que he vivido
   haz de mí, señor, un soldado.
Por todos los miedos y esperanzas de los hombres,
   y todas las maravillas que los poetas cantan,
las risas de los años despejados,
   y cada cosa triste y adorable;
por las románticas edades atesoradas
   con este esfuerzo suyo alto y noble,
por todas sus locas catástrofes
   haz de mí, señor, un hombre.
Yo, que en mi colina conocida
   vi con ojos ignorantes
cientos de Tus atardeceres derramar
   su fresco y bermejo sacrificio,
antes de que el sol oscile su espada de mediodía
   debo ahora todo esto despedir;
por todos los placeres que voy a perderme,
   ayúdame, señor, ayúdame a morir.

W. Noel Hodgson
escrito dos días antes de su muerte,
el 1 de julio de 1916




"Tengo una cita con la muerte"

Varios autores

Traducción, prólogo  y selección de Borja Aguiló

y Ben Clark

Editorial Linteo. Ourense, 2011



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