Nota de suicidio: anuario, por Mary Kerr
Philippe Glass- Philip Glass. BSO: The Hours. "Choosing Life"
En los años 80, mientras Mary Karr trabajaba en el manuscrito de El club de los mentirosos y David Foster Wallace en el de La broma infinita, los dos escritores tuvieron una relación. Durante el tiempo que duró, se leyeron mutuamente fragmentos de aquellas obras. Wallace se tatuó el nombre de Mary, inspirándose en ella para crear uno de los personajes de su novela, Madame Psychosis, llegando a proponer matrimonio a Karr.
Ofrecemos aquí, en versión de Eduardo Lago, un fragmento de un poema de Mary Karr sobre la muerte de Foster Wallace.
Nota de suicidio: anuario
Espero que Jesús te haya llevado consigo
a pesar de las décadas que han pasado, de lo distanciados que nos volvimos
entre la transfiguración del amor en odio y aquellas tristes cartas
y llamadas y tu rostro deshaciéndose dentro de un dogal que
Hoy no
puedo nombrar a los dioses
que al final venerabas, si los hubo, es imposible
elogiar al que es devotamente un miserable. Y que se joda mi iglesia que
pone en el infierno a los pobres y sufrientes
bastardos como tú, incapaces de llevar las máscaras
de sus propios rostros. Querías con palabras formar
una alternativa al mundo que se atrevió
tan implacablemente a imprimirse ante tus ojos, pues no
podías, nunca pudiste
refutar completamente lo real o justificar el triste peso de tu cuerpo, ganarte
un espacio legítimo o pagar por las porciones del oxígeno que
te legaron. Más de una vez me pediste
que respirara en tus pulmones como la soprano en la ópera
tanto quería yo que mi fantasma te habitara y que ingirieras mi creencia
en tu –aparte de eso solo probable– alma. Me pregunto si sienten
la muerte tuya como un fracaso todos los que alguna vez
te amaron como si nuestro rcp colectivo se detuvo
demasiado pronto, se perdió la carga del desfibrilador, el cadáver
nos castigó al no volver a sentarse. Y perdona mi convicción
de que todo suicida es un cojudo. He aquí una buena razón de que yo no sea
Dios, pues cruelmente aplastaría a todo el que se aplastó a sí mismo.
Solo quería decir ja ja, a pesar
de todo tu esfuerzo estás cada segundo
vivo de un modo insoportable para todos los que te hemos respirado muy adentro,
cada par de pulmones, esas implantadas alas rosa, globos rosados.
Te expiramos como aire y te vemos alzar como la lluvia.
Suicide’s Note: An Annual
I hope you’ve been taken up by Jesus
though so many decades have passed, so far apart we’d grown
between love transmogrifying into hate and those sad letters
and phone calls and your face vanishing into a noose that
I couldn’t
today name the gods
you at the end worshipped, if any, praise being
impossible for the devoutly miserable. And screw my church who’d
roast in Hell poor suffering
bastards like you, unable to bear the masks
of their own faces. With words you sought to shape
a world alternate to the one that dared
inscribe itself so ruthlessly across your eyes, for you
could not, could never
fully refute the actual or justify the sad heft of your body, earn
your rightful space or pay for the parcels of oxygen you
inherited. More than once you asked
that I breathe into your lungs like the soprano in the opera
I loved so my ghost might inhabit you and you ingest my belief
in your otherwise-only-probable soul. I wonder does your
death feel like failure to everybody who ever
loved you as if our collective cpr stopped
too soon, the defib paddles lost charge, the corpse
punished us by never sitting up. And forgive my conviction
that every suicide’s an asshole. There is a good reason I am not
God, for I would cruelly smite the self-smitten.
I just wanted to say ha-ha, despite
your best efforts you are every second
alive in a hard-gnawing way for all who breathed you deeply in,
each set of lungs, those rosy implanted wings, pink balloons.
We sigh you out into air and watch you rise like rain.
Mary Kerr (Grove, Texas, 1955), su padre, al final de su jornada laboral en la refinería de petróleo donde trabajaba, se la llevaba con él a los antros donde quedaba para beber, jugar a las cartas e intercambiar historias con sus amigos, broncos texanos excombatientes de la Segunda Guerra Mundial. Después de Texas vendrían otros paisajes: las drogas y el surf en California; la escena punk durante los años del college, en Minnesota; Vermont, donde cursó un máster en escritura creativa y conoció a su futuro marido, poeta como ella. Siguieron el nacimiento de su hijo, Dev, y su primer trabajo, como profesora de la Universidad de Siracusa. En cada uno de estos lugares surgió de manera fragmentaria un entramado que apenas logra ocultar una espiral de episodios aterradores: una violación perpetrada por un compañero de juegos a una edad temprana; la imagen de su madre amenazándola con un cuchillo, presa de un brote psicótico; la sombra aciaga de la depresión; un intento de suicidio; tétricas sesiones en los locales de Alcohólicos Anónimos; la religión, como única salida posible. La búsqueda de una tabla de salvación en la escritura recuerda a la de Sylvia Plath, cuando hacía frente a sus demonios en el terror de la madrugada. El resultado fue un libro de memorias que, conforme al dictamen de la crítica cuando se publicó en 1995, cambiaba las reglas del género. El club de los mentirosos es un libro difícil de caracterizar.
Se han ido conociendo detalles de la relación de Kerr con Wallace, y está probado que este la agredió, acosó y persiguió en varias ocasiones a Mary Kerr en más de una ocasión. Aspecto que en la biografía que se publico sobre David F W se suaviza hasta casi ignorar todo lo que padeció Mary Kerr.
El País, 4 de enero de 2018.
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