Clarissa conversa con el paisaje del Cantábrico




 A punto de entrar en la semana de las celebraciones de las Navidades, seguimos inmersos en una pandemia mundial que ha cambiado las reglas del juego y que parece que nos sigue dando lecciones de vida muy interesantes.


Virginia Woolf, es una de las escritoras a las que siempre vuelvo. Releer algunas de sus novelas, sus diarios, o su biografía son placeres invernales. Dejarse envolver por sus monólogos interiores, fluyendo como discurso y pensamiento (habla interna).

Ya, desde hace días, un viejo ejemplar de Editorial Lumen ( 1.979, Ediciones de bolsillo) estaba sobre la mesa de trabajo, y hoy viene en modo de fragmento a caminar junto al mar. La señora Dalloway (Mrs. Dalloway en el inglés original) es la cuarta novela de Virginia Woolf, publicada el 14 de mayo de 1.925. Invito a Clarissa a venir cogida del brazo, y pasear junto al Cantábrico, con ese mar espumoso, que tiene tantas historias que contarnos mientras contemplamos su vida de miles de años. Un viaje en el tiempo que Virginia W. relata con delicadeza, con ritmo, con esos diálogos interiores, abordando temas, que en 1.925 hicieron que todos los silencios dejaran paso a los murmullos y exclamaciones: la sexualidad y sus diferentes opciones y apetitos, la complejidad del alma humana, el papel de la mujer en la vida familiar. Arrancó del fondo del armario lo que la gente no dice, puso todo en negro sobre blanco en "su imprenta Hogarth Press", la editorial fundada en 1917 por Leonard y Virginia Woolf.

La narración sencilla en la trama es compleja en el cómo; tiene mañana, tarde y noche, los personajes también fueron jóvenes (tuvieron mañana), luego adultos (están en la tarde) y viven conscientes de la proximidad de la vejez (que será la noche). Sin embargo, a pesar del paso del tiempo que todo lo transforma, hay algo que no cambia: la esencia de las personas. Mueve su narración del campo a Londres, del exterior del parque al interior de la fiesta, de la lejanía de los tiempos jóvenes hasta la cercanía del barrio en el que compra lo necesario para la fiesta.




"La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores.

Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar las puertas;
acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa Dalloway pensó: qué
mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa.

¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esta impresión cuando, con un leve gemido de las
bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al aire
libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste, desde luego, era el aire a primera
hora de la mañana. . .! como el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y
penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que eran los que
entonces contaba) solemne, con la sensación que la embargaba mientras estaba en pie ante
el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir; mirando las flores
mirando los árboles con el humo que sinuoso surgía de ellos, y las cornejas alzándose y
descendiendo; y lo contempló, en pie, hasta que Peter Walsh dijo: ¿Meditando entre
vegetales?¿fue eso?, Prefiero los hombres a las coliflores¿fue eso?
Seguramente lo dijo a la hora del desayuno, una mañana en que ella había salido a la
terraza. Peter Walsh. Regresaría de la India cualquiera de estos días, en junio o julio,
Clarissa Dalloway lo había olvidado debido a lo aburridas que eran sus cartas: lo que una
recordaba eran sus dichos, sus ojos, su cortaplumas, su sonrisa, sus malos humores, y,
cuando millones de cosas se habían desvanecido totalmente ¡qué extraño era!, unas
cuantas frases como ésta referente a las verduras.

Se detuvo un poco en la acera, para dejar pasar el camión de Durtnall. Mujer encantadora
la consideraba Scrope Purvis (quien la conocía como se conoce a la gente que vive en la
casa contigua en Westminster); algo de pájaro tenía, algo de grajo, azul-verde, leve, vivaz,
a pesar de que había ya cumplido los cincuenta, y de que se había quedado muy blanca a
raíz de su enfermedad. Y allí estaba, como posada en una rama, sin ver a Scrope Purvis,
esperando el momento de cruzar, muy erguida."


"La vida misma, cada momento de ella, cada gota de ella, aquí en este instante, ahora, en el Sol, en Regent's Park, fue suficiente, de hecho, demasiado"

  

 
"La señora Dalloway"

Traducción de Andrés Bosch, Editorial Lumen, Barcelona, 1.979

Virginia Woolf, nacida en Londres como Adeline Virginia Stephen el 25 de enero de 1882, le tocó vivir en un mundo de hombres. La infancia de Virginia estuvo rodeada de intelectualidad por los cuatro costados. En su casa se respiraba arte, política y un ambiente tan liberal como complejo. A pesar de esto, fueron sus hermanos varones los únicos que pudieron estudiar en la Universidad, ya que se consideraba que las mujeres de la familia debían quedarse en casa para cuidar de su padre y, por lo tanto, ser educadas por un tutor. Los recuerdos de infancia de Virginia se enmarcan en sus visitas veraniegas a la zona de Cornualles donde su familia se trasladaba en verano. La casa familiar tenía unas fantásticas vistas a la playa y al faro, algo que posteriormente, en 1927, la autora reflejaría en su obra Al faro, cuya portada estaría ilustrada por su hermana Vanessa, una de las introductoras del impresionismo en Inglaterra. 

A los trece años, Virginia sufrió un duro golpe del cual no se recuperaría jamás. El 5 de mayo de 1895 su madre murió repentinamente a causa de una fiebre reumática. Este hecho provocó en Virginia su primera crisis depresiva. A esto se unió, dos años más tarde, la muerte de su hermana Stella. Pero esto no fue lo único por lo que tuvo que pasar Virginia. En una obra autobiográfica, la autora desliza que tuvo que soportar abusos sexuales por parte de dos de sus hermanastros (hijos de un matrimonio anterior de su madre) En 1905, su padre murió de cáncer, y antes de que Virginia hubiera cumplido los 23 años ya se había intentado suicidar.

Tras la muerte de su padre, Virginia y tres de sus hermanos, Vanessa, Adrian y Thoby, se trasladaron a Bloomsbury, en la zona oeste de Londres. Convertida en centro de reunión para un grupo elitista de intelectuales británicos, por su casa pasaron figuras de la talla del economista John Maynard Keynes, los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, escritores como T. S. Eliot o la líder del movimiento sufragista Emmeline Pankhurst. Todos ellos formaron el grupo conocido como "Círculo de Bloomsbury". Las reuniones que se llevaban a cabo en la casa abrieron un nuevo mundo para Virginia, que de pronto se vio rodeada de ideas sobre la igualdad, el feminismo, la aceptación de la homosexualidad y la bisexualidad, el amor por el arte, el pacifismo y el ecologismo.


A pesar de que la inestabilidad mental de la joven era importante, en agosto de 1912 se casó con el teórico político, escritor, editor y antiguo funcionario público británico, Leonard Woolf. Los trastornos más graves que padeció Virgina los sufriría entre los años 1913 y 1915. El 9 de septiembre de 1913, Virginia ingirió cien gramos de veronal, en otro intento por quitarse la vida. En 1925, Virginia lograría un gran éxito con la publicación de su novela La señora Dalloway. Ese año, Virginia conoció a la también escritora Vita Sackville-West, con la que mantuvo una relación amorosa. 

El verano de 1940 es recordado en Gran Bretaña como la Gran Espera. Ahora que la palabra confinamiento está de actualidad desgraciadamente, recordamos que hace justo 80 años la situación de las Islas Británicas desde mediados del mes de junio de ese año guardaba alguna similitud. La parte occidental de Europa estaba inmersa en la sangrienta guerra que Hitler había provocado, pero el 22 de junio Francia firmó un humillante armisticio con Alemania, y los cañones enmudecieron en el continente. Todos se preguntaban cuándo tendría lugar el desembarco en la única nación que todavía resistía a la máquina militar nazi. Hitler confiaba en que los británicos pidieran la paz, y por eso durante los meses de junio y julio, prácticamente no cayeron bombas en suelo británico. Sin embargo, cuando el primer ministro Winston Churchill dejó claro que su deseo era resistir hasta el final, los nazis pusieron en marcha la Unternehmen Seelöwe (Operación León Marino), que consistía en la invasión de las Islas. Como sabemos, todo quedó en papel mojado, ya que tras diversos aplazamientos desde septiembre de 1940, y dada por perdida la batalla aérea de Inglaterra, en 1941 se pospuso la operación León Marino indefinidamente, justo en el momento en que Hitler inició los preparativos militares para la invasión de la Unión Soviética el 22 de junio de ese año, para ser abandonada totalmente en 1942.


En la mañana del 28 de marzo de 1941, incapaz de hacer frente a la desesperación que la envolvía, se puso el abrigo y despojándose de su bastón, llenó los bolsillos de piedras y se adentró en el río Ouse, dejándose llevar por "las aguas que corren". Antes de tomar esta trágica decisión, Virgina dejó dos cartas, una para su hermana Vanessa y otra para su marido, Leonard Woolf, las dos personas más importantes de su vida. Virginia cumplió así con lo que narraba en su premonitoria obra "Fin de viaje". En la carta de despedida de su querido esposo no sólo se percibe su padecimiento, tristeza y profundo dolor, sino también la gratitud y el gran amor que sentía hacia él. Su cuerpo fue encontrado tres semanas después, y Leonard hizo incinerar sus restos y esparció sus cenizas en el jardín de La Casa del Monje (Monk's House), su propio hogar.

Con ocho novelas escritas y más de una treintena de libros de otros géneros, Virginia Woolf  sigue siendo una de mis escritoras mas leídas y releídas. 


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