Clarice Lispector

Comienza el mes de julio de este tiempo d.c (después del coronavirus) , y hoy extraigo de la estantería a Clarice Linspector y un volumen de cuentos. Sus cuentos escritos desde los bordes del lenguaje, desde los bordes de la inquietud, siempre nos agitan, nos marean, vaivenes de desasosiego, gracias a la labor de creación certera de la ucraniana que escribe en portugués de Brasil. 

Lispector arriesga, nos exige como lectores, no se conforma con textos planos libres de estrías, su escritura es entrar en su mundo, un mundo que nos abre para que la sigamos por sus vericuetos de personajes, un laberinto repleto de minerales ricos en sustancias diversas. Matices de silencios, luces, voces, edades y paisajes. Siempre desde ese eterno femenino que es Clarice.

Ya la leímos aquí hace meses, y no importa repetir con otro de sus atractivos escritos. EL portugués como lengua, la música brasileña, la saudade de esas tierras.

Elis Regina & Tom Jobim - "Aguas de Março" - 1974


Tanta mansedumbre
 
Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.

Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla, ella se había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento.

Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por hábito estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar.

Ah, lo sé. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con una agudeza que se parezca a la agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.

Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Qué simplicidad. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a este punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite, y yo la miro no porque necesite de ella. Pero nosotras estamos tan juntas como el agua de lluvia está ligada a la lluvia. Y no estoy agradeciendo nada. Si, después de nacer, no hubiera tomado involuntaria y forzadamente el camino que tomé, yo habría sido siempre lo que realmente estoy siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Sin siquiera dar las gracias a Dios o a la naturaleza. La lluvia tampoco da las gracias. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy una atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Ella es la lluvia. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sólo esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.

Clarice Lispector (Ucrania, 1920 – Brasil 1977)

Silencio, Grijalbo, 1995, 176 páginas. 

Traducción: Cristina Peri Rossi



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