Simic colgado de un clavo
Ya escribí acerca de Simic en este blog (Charles Simic nació en Belgrado en 1938. Llamado al nacer Dušan Simic, emigró en 1954 a Estados Unidos, donde residía desde entonces. Murió en New Hampshire, el pasado 9 de enero de 2023) , y ahora su inesperada muerte, acaecida esta semana, me obliga a adelantar esta entrada que tenía a medio escribir, a propósito de su libro "Prosa Selecta. La vida en imágenes", publicado por la Editorial Vaso Roto, con traducción de Luis Ingelmo.
Simic es una rara avis dentro del panorama literario norteamericano. Un irreverente, asombrado por todo, un escritor que nunca cae en los excesos. No se da importancia. No exagera los sentimentalismos. Escribía sobre todo aquello que le parecía una anomalía dentro del vivir.
De su biografía, comenzar diciendo que con 16 años emigró a Estados Unidos tras un largo periplo familiar marcado por el conflicto yugoslavo de la II Guerra Mundial ( Los desastres a los que sobrevivió Charles Simic de niño se repitieron con idéntica crueldad en su país de origen en los años noventa del pasado Siglo XX) : su padre, exiliado político, huyó a Italia en 1944 y fue encarcelado antes de lograr poner rumbo a Estados Unidos; Simic, su madre y su hermano fueron detenidos por las autoridades comunistas de Yugoslavia, llegaron a París en 1953 y, un año más tarde, a Nueva York. Cuenta Muñoz Molina que Simic le narró como "en la escuela francesa el adolescente apátrida recitaba en voz alta a Baudelaire y a Rimbaud y los ojos se le llenaban de lágrimas a pesar de las risas de los compañeros de clase que se burlaban de su acento. Estudiaba inglés con su madre, escuchando esas emisoras de radio en las que sonaba música de jazz, leyendo revistas americanas con fotos a todo color de grandes automóviles de colores brillantes y neveras llenas de comida. En Nueva York se reunió con su padre después de diez años de separación: lo entusiasmaron desde el primer día la vibración de las calles, la intensidad de los colores, viniendo de una Europa guerrera. Las músicas que había descubierto en Belgrado en una radio alemana ahora las encontraba en los clubes de jazz a los que su padre lo llevaba, feliz del reencuentro con un hijo ya casi adulto."
Los recuerdos de infancia durante la guerra, su experiencia con el exilio y su segunda vida como migrante marcaron toda su obra, tanto poética como en prosa.
Recibió Premio Pulitzer de Poesía en 1990 por ‘El mundo no termina: poemas en prosa’; fue Premio Griffin de la Poesía (2005); Premio Wallace Stevens (2007) y Poeta laureado de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (2008) firmó alrededor de una treintena de poemarios, solía alternar como se la prosa y el verso, ensayos, traducciones, y libros de memorias, como ‘Una mosca en la sopa’. Profesor de literatura en la University of New Hampshire, y escribía regularmente en The New York Review of Books, The New Yorker, The Harvard Review and The Georgia Review hasta 2017.
Este verano leí con verdadero deleite los textos compilados en su prosa escogida. Te lanzaba continuamente sus preguntas, sus dudas, sus obsesiones. Siempre parecían caligrafiadas entre la bruma del insomnio de la noche, entre nebulosas y nieve. El frío de Chicago, sus lecturas envueltas por el silencio crepuscular, su fascinación al descubrir a Descartes, su manejar el lenguaje para emocionarnos desde sus perplejidades cotidianas pero tan profundas. Rememoraba comidas de infancia y las hilaba con poemas de W. Stevens. Su mundo interior era vastísimo. Se esfuerza por aprehender, reúne en sus textos a veces de una sola página, en ocasiones una docena de ellas Poesía, Historia y Filosofía. Quería ser consciente de si mismo, de sus yo. El Mundo entero era su estancia, y nos invitaba a que entráramos con él ,en su profundidad, en su soledad, en su extrañeza. La extrañeza de las cajas china que no hacen más que abrirse como un decorado infinito, un Universo inmenso, un teatro de marionetas que habitamos perplejos. Sus convicciones políticas vienen de lejos, de los desastres vividos en carne propia por las locuras colectivas que exageran los nacionalismos hasta destruir todo lo que se encuentran a su paso: normalmente la vida de los que les rodean.
Simic se sienta junto al lector, en una mesa con comida, pone jazz en la radio (la negrura de esta música le cautiva) y charla con él, de tú a tú, de manera distendida. Nos describe sus paseos nocturnos observando la ciudad. Adereza su diálogo con las imágenes de las películas que le fascinan, el cine como espacio de almas en comunión, y nos endulza el paladar de arte de la pintura como lenguaje universal; habla en colores norteamericanos o en el granulado blanco y negro de su infancia yugoslava, pero siempre sin rodeos. Directo y salpimentado con un humor elegante e irónico. Pretende perturbarnos pero desde la calma, desde su triste alegría. Concibe y construye el mundo sin atajos, mirándose en los espejos que el mundo le ofrece, rebozando su curiosidad insaciable en todo aquello que aparece ante su cerebro. El Misterio de esta Comedia que es nacer, vivir y morir es con lo que nos quedamos. Un ser especial que admiraba la poesía del rostro de Buster Keaton, que viendo venir el peligro y la muerte no descompone su mueca, barnizada de ademán impasible: serenidad y seriedad.
En 2010 Vaso Roto Ediciones publicó sus memorias, Una mosca en la sopa, libro al que siguieron los poemarios El mundo no se acaba (2013), Mi séquito silencioso (2014), El lunático (2017) o Acércate y escucha (2020), así como su obra en prosa La vida de las imágenes (2018). También la editorial Valparaíso ha publicado varias antologías de su obra como Poesía (1962-2020), así como los libros de poemas El señor de las máscaras (2018), Picnic nocturno (2018) y una recopilación de sus artículos en el libro Días cortos y largas noches (2017). Presentamos una selección de poemas del libro Garabateando en la oscuridad (Vaso Roto Ediciones, 2018) y la antología Mil novecientos treinta y ocho (Valparaíso Ediciones, 2014). Jordi Doce ha sido uno de los que más a estudiado, traducido y acercado a los lectores en español los textos de Simic. Nos queda su inmensa obra, aunque nos falte ya su persona. Como muestra esta selección de algunos poemas.
Tapiz
Cuelga de cielo a tierra.
Hay árboles en él, ciudades, ríos,
cerditos y lunas. En una esquina
la nieve cae sobre una carga de caballería,
en otra, mujeres están plantando arroz.
Además, puedes ver:
un zorro llevándose a una gallina,
una pareja desnuda en su noche de bodas,
una columna de humo,
una mujer de ojos malvados escupiendo en un cubo de leche.
¿Qué hay detrás de esto?
—Espacio, mucho espacio vacío.
¿Y quién habla ahora?
—Un hombre dormido bajo su sombrero.
¿Qué pasará cuando despierte?
—Irá a una barbería.
Le afeitaran su barba, nariz, orejas y pelo,
para hacerle lucir como todo el mundo.
Atardecer
El caracol despide quietud.
La mala hierba está bendecida.
Al término de un largo día
el hombre encuentra regocijo, la paz del agua.
Que todo sea simple. Que todo esté quieto
sin una dirección final.
Eso que te trae al mundo
para llevarte a la muerte
es uno y lo mismo;
la sombra larga y puntiaguda
es su iglesia.
De noche algunos comprenden lo que dice la hierba.
La hierba conoce una o dos palabras.
No es mucho. Repite la misma palabra
una y otra vez, pero no muy alto…
El hombre interior
No es el cuerpo
el que es un extraño.
Es alguien más.
Empujamos
la misma horrible jeta
por el mundo.
Cuando me rasco,
él se rasca también.
Hay mujeres
que afirman haberle dominado.
Un perro me sigue.
Puede ser suyo.
Si estoy tranquilo, él más.
Entonces lo olvido.
Sin embargo, cuando me inclino
para abrocharme mis zapatos,
él está de pie.
Proyectamos una misma sombra.
¿La de quién?
Quisiera decir:
“Él estuvo en el principio
y él estará en el final”,
pero no se puede estar seguro.
De noche
al sentarme
barajando las cartas de nuestro silencio,
le digo:
“Aunque pronuncies
cada una de mis palabras,
eres un extraño.
Es hora de que hables”.
Miedo
El miedo pasa de hombre a hombre
sin saberlo,
como una hoja pasa su estremecimiento
a otra.
De repente todo el árbol está temblando
y no hay señales del viento.
Col
Ella estaba a punto de cortar la col
a la mitad,
pero la hice repensarlo
diciéndole:
“La col simboliza el amor misterioso”.
O eso dijo un tal Charles Fourier,
que dijo otras tantas extrañas y maravillosas cosas,
por lo que la gente le llamaba loco a sus espaldas,
tras lo cual la besé en su nuca
muy suavemente,
tras lo cual cortó la col en dos
con un solo golpe de su cuchillo.
Hotel Insomnio
Me gustaba mi pequeño hueco,
su ventana frente a una pared de ladrillos.
al lado había un piano.
Algunas tardes al mes
un anciano minusválido vino a tocar
“My Blue Heaven”.
Aunque, por lo general, era un sitio tranquilo.
Una araña en su grueso abrigo en cada habitación
atrapando su mosca con una telaraña
de humo de cigarro y ensueño.
Tan oscuro,
que no veía mi rostro en el espejo de afeitar.
A las 5 a. m. el sonido de pies descalzos arriba.
Era la Gitana adivinadora,
cuyo escaparate está en la esquina,
que va a orinar luego de una noche de amor.
Una vez, también, el sonido de un niño sollozando.
Y tan cercano fue, que pensé
por un momento, que yo mismo sollozaba.
Los placeres de la lectura
En su lecho de muerte mi padre está leyendo
las memorias de Casanova.
Yo miro la noche caer,
al otro lado de la calle unas ventanas se iluminan.
En una de ellas una joven está leyendo
cerca del cristal.
No ha levantado la mirada en mucho tiempo,
incluso con la llegada de la oscuridad.
Mientras aún quede un poco de luz,
quiero que levante su cabeza,
para poder ver su rostro
que ya he estado imaginando,
pero su libro debe estar lleno de suspenso.
Y además, tal es la quietud,
que cada vez que pasa una página,
puedo escuchar a mi padre pasarla también,
como si ambos leyeran el mismo libro.
Tapestry
It hangs from heaven to earth.
There are trees in it, cities, rivers,
small pigs and moons. In one corner
the snow falling over a charging cavalry,
in another women are planting rice.
You can also see:
a chicken carried off by a fox,
a naked couple on their wedding night,
a column of smoke,
an evil-eyed woman spitting into a pail of milk.
What is behind it?
—Space, plenty of empty space.
And who is talking now?
—A man asleep under his hat.
What happens when he wakes up?
—He’ll go into a barbershop.
They’ll shave his beard, nose, ears, and hair,
To make him look like everyone else.
Evening
The snail gives off stillness.
The weed is blessed.
At the end of a long day
The man finds joy, the water peace.
Let all be simple. Let all stand still
Without a final direction.
That which brings you into the world
To take you away at death
Is one and the same;
The shadow long and pointy
Is its church.
At night some understand what the grass says.
The grass knows a word or two.
It is not much. It repeats the same word
Again and again, but not too loudly…
The Inner Man
It isn’t the body
That’s a stranger.
It’s someone else.
We poke the same
Ugly mug
At the world.
When I scratch,
He scratches too.
There are women
Who claim to have held him.
A dog follows me about.
It might be his.
If I’m quiet, he’s quieter.
So I forget him.
Yet, as I bend down
To tie my shoelaces,
He’s standing up.
We cast a single shadow.
Whose shadow?
I’d like to say:
“He was in the beginning
And he’ll be in the end,”
But one can’t be sure.
At night
As I sit
Shuffling the cards of our silence,
I say to him:
“Though you utter
Every one of my words,
You are a stranger.
It’s time you spoke”.
Fear
Fear passes from man to man
Unknowing,
As one leaf passes its shudder
To another.
All at once the whole tree is trembling,
And there is no sign of the wind.
Cabbage
She was about to chop the head
In half,
But I made her reconsider
By telling her:
“Cabbage symbolizes mysterious love”.
Or so said one Charles Fourier,
Who said many other strange and wonderful things,
So that people called him mad behind his back,
Whereupon I kissed the back of her neck
Ever so gently,
Whereupon she cut the cabbage in two
With a single stroke of her knife.
Hotel Insomnia
I liked my little hole,
Its window facing a brick wall.
Next door there was a piano.
A few evenings a month
A crippled old man came to play
“My Blue Heaven”.
Mostly, though, it was quiet.
Each room with its spider in heavy overcoat
Catching his fly with a web
Of cigarette smoke and revery.
So dark,
I could not see my face in the shaving mirror.
At 5 A.M. the sound of bare feet upstairs.
The “Gypsy” fortuneteller,
Whose storefront is on the corner,
Going to pee after a night of love.
Once, too, the sound of a child sobbing.
So near it was, I thought
For a moment, I was sobbing myself.
The pleasures of reading
On his deathbed my father is reading
The memoirs of Casanova.
I’m watching the night fall,
A few windows being lit across the street.
In one of them a young woman is reading
Close to the glass.
She hasn’t looked up in a long while,
Even with the darkness coming.
While there’s still a bit of light,
I want her to lift her head,
So I can see her face
Which I have already imagined,
But her book must be full of suspense.
And besides, it’s so quiet,
Every time she turns a page,
I can hear my father turn one too,
As if they were reading the same book.
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