Mujeres que pasean y que escriben, Cahiers nº 3, de Anna Mª Iglesia

 

 Mrs Dalloway: In the Garden - Three Worlds: Music From Woolf Works (2017)

 




"Las mujeres que caminan por las calles deben tener una meta precisa: ir de compras, por ejemplo”.

                       La revolución de las flâneuses ,

 Editorial Wunderkammer, 2019. 
 
Anna Maria Iglesia.





Flâneuses que quieren hacer lo que hacen los flanêur,

lucha por ello desde su insumisión

reivindicando los mismos derechos:

derecho al espacio público a la palabra pública.


  
"A una mujer soltera en las calles de una ciudad siempre se la considera disponible”, escribió Virginia Woolf, a quien Iglesia sitúa como la creadora del primer personaje femenino equivalente al flâneur que autores como Charles Baudelaire popularizaron y convirtieron en icono cultural en el siglo XIX. Es la joven a la que sigue Peter Walsh en La señora Dalloway. La misma que cierra la puerta y se quita de la vista de su perseguidor despidiéndose antes. No tiene nombre, no habla, pero es dueña de sus actos y hay ironía en ellos. Virginia Woolf decía que, al caminar, al cruzarse con otras personas, uno imagina otras vidas. Te pones en la piel de otro durante unos instantes y te conviertes en una lavandera, un tabernero, un cantante de la calle. «Y qué mayor deleite puede haber que abandonar las líneas estrictas de la personalidad», escribió en su ensayo Street Haunting.




Las calles eran un espacio prohibido a la mujer en los años 20 del siglo XX.
Y pocas eran las que escribían sobre las sensaciones que les producían
perderse, contemplar, vagar, husmear mientras pateaban rincones de barrios remotos de aquel London de principios del XX.
Poco a poco estos paseos iban nutriendo artículos, cuentos y novelas de aquellas pioneras literarias.

Era 1.927 muy pocos nombres de mujeres había entonces en la literatura, dedicadas a hablar de las sensaciones que les producía caminar por las calles. 
A su paso, en el caso de Virginia W, por los barrios de Londres iba encontrando los destellos que luego llevaría a sus artículos y a sus novelas.
Pasear como un ojo que mirar lo ajeno a través de la cerradura, desde el anonimato de las mujeres que necesitaban ser flâneuses.


Ser vistas era lo que se pensaba de ellas. Pasean para ser contempladas. Y ellas deseaban lo contrario, pasear sin ser observadas, perdidas entre la multitud para impregnarse de ella, para recoger en sus pies todo lo que sus sentidos captaban.
De los pies, al alma, de ésta a la pluma y de la pluma al papel.

 
El caminar femenino, como provocación al qué dirán, por barrios oscuros, o pobres, o perdidos. El caminar en búsqueda de su propio camino, del sentido de su vida fuera de los muros del hogar masculino.



“No podemos ser flâneur porque no nos han permitido disfrutar del espacio público. Nos han dejado ser flâneur en el espacio doméstico, que lo tenemos como los chorros del oro, porque es nuestro espacio público cuando viene alguien de visita”.



Ya hemos escrito en este espacio literario de El paseante (ahora caminante)  del inmenso Baudelaire y sus interesantes vagabundeos por las calles de París, de Walter Benjamin o el paseo literario de Robert Walser, pero hoy toca hablar de las mujeres que tomaron ese espacio masculino al asalto.

Mujeres de la calle: prostitutas que hacían la calle, que paseaban calle arriba a la luz de las primeras farolas de gas. Suelen ser silenciadas, seres anónimos sin nombre, pero que se apropian de un espacio masculino.

Luego vendrán las mujeres que deben atravesar la calle para ir al trabajo, tomando también esa senda nunca antes femenina. Y posteriormente la mujer burguesa que hace de las avenidas un momento para el ocio y la diversión. 

A partir de aquí ese flânerie crea un descalabro del orden establecido, que sitúa a la mujer en otro estadio dentro de la pirámide social. Pero no solamente esto, las flâneuses convierten sus andanzas por las ciudades en literatura. Su literatura agranda el papel de la escritora, atravesada por sus vivencias y sentimientos femeninos, antes nunca leídos que consolidan la experiencia vivida en escritos profundos y críticos.

Salvando obstáculos, decidiendo dónde dejar su huella. Comenzaron en el siglo XIX y siguen atravesando jardines, bulevares, pasajes, callejones, y plazuelitas.
Conquistando nuevos territorios. Nuevas páginas.



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