Camposanto



«… Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde…»

Miguel Hernández


Camposanto, de la obra en Prosa de M. Hernández.


Válame que luna! No es una luna sin noches, o una luna devorada por las noches. Es una luna sin el más leve descalabro, ondulada, cabal sin fin y oro, como una era cubierta de parva. Le brota al camposanto al filo de los cipreses, a quienes sorprende en su lumbre con sus figuras como encogidas de hombros. Y es la hija del enterrador, de ese hombre que le miró el otro día detrás de la careta de hueso de media calavera y que le dijo: «Hasta luego», cuando tú le dijiste, sencillamente «Adiós», el muerto que recibe hoy, con los dedos tropezados, a la luna entre las melancolías plantadas por su padre. A su lado, un mantón de crespones cubre los hombros de una guitarra, que suspira de grillos vestidos de higos secos. Su frente está evitada de jazmines, y en sus pestañas largas y verdes, carrizos a la orilla de sus ojos criados, lleva prendidos dos claveles. Y al final de la trenza, que arrodilla sobre un hombro sus oscuridades, un sombrero andaluz con el fondo concurrido de naranjas.

Los grillos: ¡Silencio!… Que apenas apuntan las vocecillas de hilo a los grillos…

Las lagartijas: Las lagartijas escriben relevantes renglones tornalunados, sobre verdes, sobre las tumbas ricas de mármoles, con las orillas transparentes, como de cera encendida.

Los geranios: se han abierto las venas en este baño de claridad los geranios, y se desangran.

Los cipreses: Fluyen las barbas de chivo de los cipreses… Los cipreses despiden luna de puntillas.

Las luciérnagas: Buscan las luciérnagas la sombra en punta de los cipreses para poder alumbrarse de luces de un azul y un verde frágiles.

El ruiseñor: ¡Silencio! Ordeña el ruiseñor sobre la muerta plenilunada sus oros, como los de una naranja dos dedos de un niño en un vaso. Silencio.

Y el enterrador: Cojo de dolor, el buen hombre que hace y mulle la cama de los muertos, salta por su casa. De pronto sus ojos ven brillar metálicamente sobre la mesa con luna un objeto corto y agudo; cree que es un cuchillo, y es una sardina; que se deshace cuando la envía contra sus sienes… Luego, yayeante, sale al jardín crucificado y, por coger el farolillo del limonero, coge la luz de un limón, con la que se va alumbrando hasta su hija…




Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela, Alicante, el 30 de octubre de 1.910.

Aunque tradicionalmente se le encuadra en la generación del 36, Miguel Hernández estuvo más próximo a la generación anterior, siendo considerado por Dámaso Alonso como “genial epígono de la generación del 27″.

En abril de 1.939, ya concluida la Guerra Civil española, ya se había terminado de imprimir en Valencia «El hombre acecha«, sin encuadernar, una comisión depuradora franquista, presidida por el filólogo Joaquín de Entrambasaguas, ordenó la destrucción completa de la edición. Sin embargo, dos ejemplares que se salvaron permitieron reeditar el libro en 1.981.

Su gran amigo José María de Cossío y Martínez de Fortún (1.892-1.977) se ofreció a acoger al poeta en Tudanca, pero este decidió volver a Orihuela, aunque en su ciudad natal corría mucho riesgo, por lo que decidió viajar a Sevilla pasando por Córdoba, con la intención de cruzar la frontera de Portugal por Huelva. La policía del dictador fascista luso Oliveira Salazar, lo entregó a la Guardia Civil.

Fue internado en la cárcel de Sevilla, de la que lo trasladaron al penal de la calle Torrijos en Madrid (hoy calle del Conde de Peñalver), allí, gracias a las gestiones que realizó Pablo Neruda ante un cardenal, salió en libertad de forma inesperada, sin ser procesado, en septiembre de 1.939.

Ya en Orihuela, fue delatado, y tras ser detenido de nuevo, enviado a la prisión de la plaza del Conde de Toreno en Madrid. En el juicio que se celebró fue condenado a muerte en marzo de 1.940. José María de Cossío, junto a otros intelectuales, entre ellos Luis Almarcha Hernández, amigo de la juventud y vicario general de la Diócesis de Orihuela, intercedieron por él, gracias a los que la pena de muerte a la que había sido condenado, se le conmutó por la de treinta años de cárcel.

Fue trasladado a la prisión de Palencia en septiembre de 1940 y en noviembre, al Penal de Ocaña, Toledo; en 1941, un nuevo traslado, esta vez al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde compartió celda con Antonio Buero Vallejo, que realizaría el famoso dibujo del pintor, y donde enfermó: tras una bronquitis mal curada, contrajo tifus, que se le complicó con tuberculosis, siéndole negado su traslado a un hospital para tratarla, y que le llevaría a la muerte.

En febrero de 1.941, la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo de España denegó la posibilidad de un recurso extraordinario de revisión de la condena solicitado por la familia.

Murió el 28 de marzo de 1.942, en la enfermería de la prisión alicantina, siéndole negado su traslado a un hospital para tratar la tuberculosis que padecía, y que contrajo como complicación, tras una bronquitis y un brote de tifus mal tratado.

 Eran las 5:32 h de la madrugada del 28 de marzo de 1.942; sólo tenía 31 años de edad.

Se dice que no pudieron cerrarle los ojos, sobre lo que él que fue su gran amigo Vicente Aleixandre, compuso un poema.

Fue enterrado en el nicho número 1.009 del cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante, el día 30 de marzo.


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