Esta tarde estuve horas hablando con las nubes
I
Esta tarde estuve horas hablando con las nubes.
Opinaban de las crisis de este siglo,
de lo que subieron los precios de la compra,
del que cada día les cuesta más poder llover despacio y puntualmente,
y charlamos de los colores imposibles
que nos ofrecen cada nueva mañana;
De que las puestas de sol reflejando las sombra del viejo valle ya no son
lo que eran,
de las ráfagas de color asomando por los balcones naturales
colgados de las laderas olvidando el vértigo.
Esta tarde estuve hablando con las nubes.
Departimos de cómo huele aquí el orbayo: a mina, a monte y a lagares.
Lloramos recordando aquel instante irrepetible en que la espesa niebla
flotaba sedosamente al amanecer de un lunes inolvidable
sobre las laderas ocres de pólvora y carbón.
Como la caída de un ángel. Ligeramente.
Me contaban de antes; de cuando la nieve se sacudía
el aroma de enero entre los eucaliptos
y que ahora su contemplar está triste
mirando como languidecen
los pueblinos desiertos y enviudaos,
los tristes palacios olvidados y derrumbados
o los chigres con ojos de tristeza cierran cada día más pronto que
las escuelas envejecen sin guajes oxidadas.
De fondo, el sonido de las aves que anuncian la tormenta,
el que nos despertó tantas veces en las noches de bochorno, con
esos truenos entre montañas.
Truenos salvajes, igual que lo son los ciervos en época de berrea,
bajando imparables bajo la enorme lluna llorona
tomando los calveros
destrozando a su paso con sus envites infinitos
los sabrosos y agrios de setas y caracoles.
Esta tarde estuve horas hablando con mis amigas las nubes.
Y les hablé bajito de los búhos que nos despiertan cada noche,
de los mirlos cantando encaramados en la camelia
y de todos los manzanos cercanos que arropan el ligero sueños
de mariposas y luciérnagas.
II
¿Cuánto pesan las penas de las nubes más viejas?
¿Nos hablan de las penas suyas, o de la nuestra suerte?
¿La suerte mala, la buena, o la que no conocemos?
La que ellas vislumbran desde las alturas.
¿Viven felices tan cerca de los dioses?
Esta tarde estuve hablando días y escuchando siempre a las nubes.
Bajo el empedrado, el pasado está lloviendo y sus lágrimas riegan
este efímero presente.
De esas gotas viene el sembrar de antorchas el gaseoso futuro,
si es que creemos que pudiese algo cambiar
o un mejor tal vez : un mundo ya sin nosotros.
III
Arpegios llegados desde el Valle de Turón
oliendo a las galeras del Cantábrico, laberinto de ruidos
animales sin sombra: ballenas, sirenas, cachalotes
símbolos de otra Era,
espejo de barcos naufragando,
piel sin frutos y sin gafas de cerca,
curtidos, arrugados, resecos,
sol ardiente que quemó sus ancestrales olvidos.
Agotada la charla,
pasó junto a mi sombra omitida, la nube torcida, el verso más libre,
el chaparrón inesperado,
la que tiene mala fama, la peligrosa por ser estar loca como una teya.
La Diferente.
La del barro cocío. La que enladrilla los Cielos.
La sin forma definida.
Pero ya sabes Nunca llueve a gusto de todos. Nunca.
Me cautiva.
Nos cruzamos: El que vive en las nubes y ella la que no sabe bien su exacto lugar.
La miradas nos lo dijeron todo.
Colgados de las ramas de la nube estamos conversando.
Las estaciones pasan. No hay relojes.
Esta tarde sigo hablando con mi nube.
Se me hace la boca agua.
Llovía, granizaba, nevaba, limpiando de líquidos amniótico los verdes.
Danzaban los dioses bajo la lluna y la tormenta. Descalzos.
La soledad, la ternura borrachas de granizo
sin paraguas la alegría para disolver los miedos y el dolor.
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