Mentiras, voces, y silencios en la intimidad, de J. R. Ribeyro

Mina - Que maravilha (1970)


"Las palabras que se dicen los amantes durante su primer orgasmo son las que presidirán en el futuro toda su comunicación sexual. Son momentos de absoluta improvisación, en los cuales los amantes se rebautizan, o rebautizan las partes de su cuerpo. Los nuevos nombres regresarán siempre durante el acto para constituir el códice que utilizarán en la cama. Estas palabras son inocentes y muchas veces poéticas con relación a lo que designan. A veces son también disparatadas. Nadie está libre de decirle a su mujer la noche de su primera posesión: «Alcachofa.» Y se fregó porque desde entonces, al poseerla, tendrá siempre que decirle «Alcachofa». El día que no se lo diga, la habrá dejado de querer."


"Conocer el cuerpo de una mujer es una tarea tan lenta y tan encomiable como aprender una lengua muerta. Cada noche se añade una nueva comarca a nuestro placer y un nuevo signo a nuestro ya cuantioso vocabulario. Pero siempre quedarán misterios por desvelar. El cuerpo de una mujer, todo cuerpo humano, es por definición infinito. Uno empieza por tener acceso a la mano, ese apéndice utilitario, instrumental, del cuerpo, siempre descubierto, siempre dispuesto a entregarse a no importa quién, que trafica con toda suerte de objetos y ha adquirido, a fuerza de sociabilidad, un carácter casi impersonal y anodino, como el del funcionario o portero del palacio humano. Pero es lo que primero se conoce: cada dedo se va individualizando, adquiere un nombre de familia, y luego cada uña, cada vena, cada arruga, cada imperceptible lunar. Además no es sólo la mano la que conoce la mano: también los labios conocen la mano y entonces se añade un sabor, un olor, una consistencia, una temperatura, un grado de suavidad o de aspereza, una comestibilidad. Hay manos que se devoran como el ala de un pájaro; otras se atracan en la garganta como un eterno cadalso. ¿Y qué decir del brazo, del hombro, del seno, del muslo, de…? Apollinaire habla de las Siete Puertas del cuerpo de una mujer. Apreciación arbitraria. El cuerpo de una mujer no tiene puertas, como el mar."

Prosas apátridas. Cap. 5


"Prosas apátridas" . Julio Ramón Ribeyro. Biblioteca Breve Seix Barral ,2.007


Julio Ramón Ribeyro nació a las 19 horas el 31 de agosto de 1929, en Santa Beatriz (Cercado de Lima).

Aunque el mayor volumen de su obra lo constituye el cuento, también destacó en otros géneros: novela, ensayo, teatro, diario y aforismo.

Admirable en su escritura diaria, su búsqueda de la prosa, su lento caminar hacia una escritura cuanto menos diferente. Cuentista singular, siempre se quejó de no estar a la altura de la fuerza de Cortazar y de Borges, y de nunca haber escrito una "gran epopeya" larga y ancha como Sudamérica. Su alma era de formatos mas modestos, pero no por ello menos potentes. Ribeyro susurra historias más íntimas, más del día a día, cuadernos de apuntes a escala menos ostentosa, de subterráneas entradas y laberintos del alma y del existir. Sus personajes están repletos de decepciones, de hundimientos, de los discretos seres humanos que deambulan por la vida sin ninguna esperanza.

En su dietario, sin proponérselo, fue labrando día a día, durante 37 años, un libro que abarcaba toda una vida y toda una época. Viajes, penurias, intimidades familiares, enfermedades, filias. "La tentación del fracaso" es la gran novela que Julio Ramón Ribeyro creyó que nunca sería capaz de escribir. No es el gran "novelón" que la gente esperaba de los autores latinoamericanos del "boom", pero es el diario vital, en el que nos regala su mirada de escritor, de toda una existencia repleta de esplendidos momentos, plasmados en un dietario de 700 páginas. Un viaje sin retorno de su mano discreta, sencilla y vacilante en su momento, consistente a la postre.

Sus últimos años los pasó viajando entre Europa y el Perú. En el último año de su vida había decidido habitar definitivamente en su tierra peruana. Ribeyro falleció el 4 de diciembre de 1994, en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (Surquillo) días después de obtener el Premio de Literatura Juan Rulfo. Fue enterrado en el Cementerio Jardines de la Paz (La Molina) y en su epitafio se puede leer: «La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro».


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