Noche de Reyes... y del amor

 Quiero compartir un cuento. Un breve  y delicado cuento del suizo Robert Walser, ese escritor tan minoritario como centro europeo en su escritura. Una delicia de cuento para recordarle en estos días de nieve. Él, que salió como hacía todos los días a pasear tras la comida el día de Navidad de 1.956, y le encontraron muerto sobre el blanco manto. Un manto blanco con su cuerpo envuelto en sus ropas negras, yaciendo sobre la nieve de Appenzell.

Los textos de Walser son miniaturas, como lo era su letra: diminuta, concentrada. Narran el detalle, lo cotidiano lo convierten en la poética diaria. 

Fragmentos de soledad, deseoso de acompañarnos al silencio lejos de ruido. 

Ávido de saborear lo pequeño, los íntimos momentos de paz, como eran sus paseos sin o con  acompañado, escribía diminutas historias tan en apariencia intrascendentes como su vida cotidiana. 

Caminado sin miedo hacia el miedo, entre niños en trineo, cayendo helados copos sobre su sombrero.

Un Wasler que se desangraba y cansaba de vivir escribiendo para no hundirse en la locura y el sin sentido.






«Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo. Esto es lo mejor que sé decir sobre la música». 


Piano

No sé cómo se llama el joven que tiene la suerte de disfrutar de lecciones en el piano de cola de una profesora tan bella y majestuosa. Ahora mismo está dejando que las manos más hermosas del mundo le demuestren sus habilidades en el teclado. Las manos femeninas se deslizan sobre las teclas como cisnes blancos sobre el agua oscura, expresando con enorme encanto lo que después dirán los labios. El joven está rodeado por una distracción en la que la profesora parece negarse a reparar. «Toque usted esto»; pero él lo hace indescriptiblemente mal. «Tóquelo otra vez»; y él lo toca todavía peor que antes. Bien, hay que volver a tocarlo; pero él lo sigue haciendo fatal. «Es usted lento». Aquel al que le dicen esto llora. La que lo dice sonríe. El que hace que se lo digan tiene la cabeza encima del piano. La que se ha visto obligada a decírselo le acaricia los sedosos cabellos castaños. Ahora el muchacho, que con la caricia ha despertado de su vergüenza, besa la delicada mano, muy distinguida y blanca. Entonces la dama rodea el cuello del chico con sus brazos maravillosos, muy suaves, que son tenazas adecuadas para el abrazo. La dama se deja besar y los labios del amable muchacho sucumben al beso de la cariñosa dama. Ahora las rodillas del besado no tienen nada más urgente que hacer que desplomarse cual tallos de hierba lacios, y los brazos del postrado de hinojos abrazan las rodillas femeninas, que también flaquean, y ahora ambos, la afectuosa y hermosa dama y el pobre y sencillo joven, se funden en un abrazo, en un beso, en un derrumbamiento, en una lágrima… y lo que es más: constituye una inesperada y terrible sorpresa para el que abre en ese momento las puertas de la habitación, lo que concluye tanto los dulzores del amor descontrolado de ambos como el relato mismo. 

(1901)


Robert Walser

"Lo mejor que sé decir sobre la música"

Robert Walser

Traducido del alemán por: Rosa Pilar Blanco 

Editorial Siruela. Colección: Libros del Tiempo 373


Comentarios

Entradas populares