Ricardo Menéndez Salmón, gracias por endulzar el tiempo



O make me a mask. 
Dylan Thomas (1914-1953)

Hace meses escuchábamos este poema en boca de un demasiado sobrio Ben Clark , y ahora en estos últimos días los escaparates de las librerías, reciben el hasta el momento último libro del escritor Ricardo Menéndez Salmón: "No entres dócilmente en esa noche quieta",  inicio del poema de Dylan Thomas del que toma su título. Se cierra el círculo, las casualidades no existen, existen energías que se unen, suman y se multiplican, entre seres que están destinados a coincidir en espacio y tiempo. Me reencontré con Ben hace meses declamando ese poema en un inglés sin restos de acento ibicenco, lo escuché en casa en la voz inconfundible, del incombustible Michael Caine, y ahora Ricardo titula su obra con un fragmento del mismo poema. Otra joyita literaria repleta de laberintos y pliegues que nos conducen a preguntarnos continuamente, a no cejar de cuestionarnos e indagar como hacemos en las tinieblas de una sala oscura de cine. Bucear en nuestros vínculos, amistades y compromisos para que no se olviden.

Fue el encuentro en ese espacio tan necesario (en los tiempos actuales en que se dificulta y se actúa para derrumbar los espacios convocantes) como acogedor, que es la Llocura Librería-Café en Mieres. Y estuvieron en la mesa conversando en torno al libro, el propio autor y Alejandro Basteiro. Los dos propusieron una interesante conversación interrumpida visualmente, por hermosas escenas de películas que nos venían a narrar la intrahistoria de este libro. Un libro que tiene vetas verticales de un pasado que nunca deja de ser presente y futuro. Que ha estado treinta años escribiéndose mientras la trama (drama) de la vida familiar galopaba a lomos del hijo que se iba convirtiendo en escritor, y que tras varios años de invernadero, Salmón ha escrito en un proceso de catarsis. Libro publicado sin necesidad de podar mucho los manuscritos, en el que Salmerón termina convirtiéndose en un personaje casi tan importante como la biografía del padre enfermo, sobre la que gravitaba en principio todo el libro.

Interestellar, película de 2014, dirigida por Christopher Nolan que visiona Ricardo en un viaje épico, encapsulado en un avión, acumulando montones de horas desde China hacia el Oeste para aterrizar en París, volviendo a España precipitadamente, al encuentro con su padre agonizante. En ese agujero negro que relata la película, del que Ricardo ya no pudo escapar, le atrapa (queda en su inconsciente) y le impulsa a ir dando forma mental a ese libro que hacía 30 años comenzó a escribir en su interior: "No entres......" Quizá el primero de su libros, pero que ve la luz en este 2020. 

Tiempo y espacio, una constante en toda la conversación. Desde ahí es desde donde suele escribir este autor, desde la negrura que en la que hay que ahondar, esos negros pozos donde hay que ir arañando para ver algo de luz. Como en el film, la Tierra está en peligro de extinción, la Humanidad no tiene donde habitar después de 2,5 millones de años pisándola. Al igual que en el film de Nolan y en Tarkvosky la existencia se torna una nebulosa onírica, repleta de imágenes creadas por el cerebro ante la angustia de un mundo apocalíptico, un miedo al abismo y lo inabarcable por la mente del homo-sapiens. Hemos acabado en este estercolero gracias a la posmodernidad y el "ego-ismo" de los broncoplacistas.



La conversación fluye con Ricardo, excelente conversador, y nos detiene con un videoclip de la película de Louis Malle "Fuego fatuo". Escena larga. Silencio roto por el piano melancólico de Erik Satie al fondo. En plano, las calles de París, un hombre despidiéndose para siempre de la vida, cayendo de nuevo en el alcohol, adicciones que desdibujan la vida de quienes beben de sus aires. Otro tipo de silencio, pero como el de la incomunicación entre generaciones, otros planos donde tiempo pasado, presente y futuro se entrelazan en una sola unidad. Una fotografía recién realizada nace siendo futuro, caducando al instante siguiente a dispararse. El presente es un suspiro, lo capturado se diluye, y al instante ya es pasado, y siempre será futuro. 



Todos vivimos instalados en lo que no se dijo, en aquello que ya nunca será. La importancia de lo que no se dice.  Sin vínculos, sin identidad, sin el otro. Aquello que tuvo que ser y no se atrevió a dar la cara, y que por tanto no fue, y no cambió los aconteceres que debió transformar. Un vivir de puntillas, silencioso, miedoso, excluyente y sin anclas que nos de un sentido de realidad compartida.



Lugares o instantes,¿a dónde nos lleva la vida? 


Abrumador y desgarrador Vía Crucis. Comedia de jugar a ser lo que no soy, lo correcto sin conciencia de la importancia de como influye en todo momento las consecuencias de nuestros actos. Los muertos nos acompañan, porque la historia es pasado, nunca presente. Todo ocurre al mismo tiempo, todas esas vetas profundas, abismales y desconocidas de la historia son una sola: una existencia repleta de referencias, interrelaciones, túneles subterráneos y conexiones (auto) psicobiográficas que conforman nuestro caminar perdido en la infinita y Beckettiana eternidad.

Se habló de caballos y de Cirlot, de Andréi Tarkovski y de ese cine suyo onírico y repleto de memoria, en el que siempre llueve en interiores; de largos planos secuencia, de los silencios en la vida y en la pantalla,(necesarios, pero nunca tanto como para aislarnos) y de cómo en este proceso creador Ricardo, camina sobre el alambre, combinando el disfrute del escritor orfebre que levanta día a día la construcción y cuida con esmero la cocción del libro, pero sin descuidar el resultado final, nunca olvidando que cada libro que publica es otra pieza más del conjunto inconcluso de su obra en permanente evolución. Un esqueleto de ballena que va sumando a ese andamio temas obsesivos y pilares de su propuesta literaria: el fin de la humanidad, los miedos y el mal, el cuerpo como envoltorio del alma y todas sus dolencias y decadencias. 



Dialogaron Alejandro y Ricardo de ese pasado que ya nunca será igual, pero del que inevitablemente hemos heredado modelos, silencios, clichés, roles y hipocondrías. De enanos y de David Lynch. Se recordó al griego Theo Angelopulos, otro creador discreto, llegado de los tiempos de los bombardeos nazis sobre Atenas, que labró en su cine planos de una altura intelectual y estética que al contemplarlos nos tumban.

No hubo tiempo para más. Como siempre ocurre al ser humano, el tiempo nos devora. Ese pasaje cortaziano de "El perseguidor" lo explica de manera poética pero precisa. El saxofonista (adicto a todo tipo de drogas y con ese miedo atroz al paso del tiempo) Johnny, toca mentalmente "Save it, pretty mama," en un viaje en el metro parisino. Johnny se intentan explicar cómo una pieza de un cuarto de hora, ocupó un número de paradas de metro no equivalente a tres minutos  de los de los relojes. Entre sus oníricas cavilaciones lo bautizó como "elasticidad retardada del tiempo". Imposible resumir mejor la metafísica del transcurrir de los días y la noche, sueños y realidad intentando burlar lo infinito desde lo tangible.


Me guardo para otra ocasión (permitidme que guarde de momento silencio), el que en mi opinión es el denominador poético común entre Tarkovsky, Theo A, y otros cuantos cineastas europeos: Antonioni, Fellini, Wenders....Un factor que cultivaba sus ensoñaciones en una lengua casi extinguida. 


Comentarios

Entradas populares