Retrato de amistad: el sabueso y él


Imagen recogida de la página web 

https://www.newstatesman.com/culture/books/2020/04/adrienne-miller-in-land-men-review


Me fijo en la fotografía. Es en blanco y negro.

Me fijo más en el perro.

No sabría decir que raza es. No soy experto en perros.

Me gusta su postura. Su mirada, esa que ahora me mira.

Sus ojos apuntan a la cámara que lo retrata. 

Su cabeza está ladeada ligeramente a la derecha.

No me fijo en lo que le rodea de momento.

Sólo me importa el animal.


El protagonista de la fotografía

quiero decir, el motivo por el cual el fotógrafo viajó con su máquina 

para capturar la mejor fotografía posible  del personaje,

es la persona que está junto al perro. 

A su izquierda. Ligeramente detrás del can.


No sé quién de los dos refleja mejor la luz:


el mar seco de su alma me atrapa

las puertas del silencio de su ladrido me hechizan. 


La melena, los ojos bizcos dan

como resultado esa mezcla heterogénea de ternura y desinterés. 

Flotando entre la mar agitada de un rostro opaco.


La mezcla de ambos, la amistad que nos llega al contemplarlos,

esa es la potencia del conjunto.


Si abrimos el cuadro, en la parte superior dos enfermas y viejas raquetas para

jugar al tenis. También fueron presente, pasado y reliquia.


Ahora, ayer, hoy, mañana este retrato es ya  lejano pasado, 

como cualquier fotografía

que en su deseo de capturar y congelar el presente

se ve siempre vencido por la fugacidad del instante.

Todos somos pasado, antigualla a los ojos del futuro 

que no cesa en su remar.



El retrato es del escritor David Foster Wallace que nació en una familia de profesores universitarios (él de filosofía, ella de inglés) en Ithaca, Nueva York, en febrero de 1962. Tras una adolescencia entregada al tenis —tema presente en ensayos y ficciones—, se licenciaría summa cum laude en inglés y filosofía. A su suicidio en 2008 —habiendo publicado dos novelas, varios libros de ensayo y periodismo, y tres colecciones de relatos— ya se había convertido en el autor que cerraba la historia del siglo XX. 

Un siglo de literatura que comenzaría con la transgresión de los modernistas y la obsesión por romper con el siglo XIX. Un siglo para el cual la historia de la literatura acabaría convirtiéndose en la Historia de las formas de contar historias, en donde tanto críticos como autores parecieron especialmente interesados en el aspecto formal del relato. O en palabras del propio Wallace: “todas las Novelas Serias después de Joyce suelen ser valoradas y estudiadas principalmente por su grado de innovación formal”. Aunque, en verdad, aquellos a los que conocemos como grandes maestros del siglo XX, ¿no se caracterizaban precisamente por su ruptura con el siglo anterior? Curiosamente, sobre los fantasmas de James Joyce, Samuel Beckett, Georges Perec, Gerturde Stein, Jorge Luis Borges, Virginia Woolf, Franz Kafka, Marcel Proust, Julio Cortázar, William Burroughs, Italo Calvino, John Maxwell Coetzee… siempre sobrevuela una idea más o menos vaga que gira en torno a la experimentación y ruptura. De modo que, independientemente de cómo lo queramos leer, hay que pensar en términos individuales. Fuera el canon.

Antonio J. Rodríguez para Jot Down en su artículo: "Siete enseñanzas tragicómicas legadas por David Foster Wallace". 

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