Андрей Арсеньевич Тарковский / Йоганн Себастьян Бах

 
 Pieter Bruegel the Elder, Solaris (1972 film),
Andrei Tarkovsky (Eduard Artemyev ), Johann Sebastian Bach. 
Питер Брейгель, Иоганн Себастьян Бах, Солярис(1972 фильм), Тарковский, Андрей Арсеньевич, Эдуа́рд Никола́евич Арте́мьев


 

Una civilización basada en la fuerza, el poder, el miedo... Todo este "progreso tecnológico" sólo nos ha provisto de confort, una especie de estándar. Y de instrumentos violentos para mantener el poder. ¡Somos como salvajes! ¡Usamos nuestros microscopios como cuchillos! No, eso está mal... los salvajes son mucho más espirituales que nosotros. Tan pronto hacemos un descubrimiento científico, lo ponemos al servicio del mal. ¿De qué estándar hablo? Alguna vez un hombre sabio dijo que el pecado es aquello que es innecesario: toda nuestra civilización, entonces, está construida con el pecado. Hemos adquirido un terrible desequilibrio, a saber, una falta de armonía entre nuestro desarrollo material y nuestro desarrollo espiritual. Nuestra cultura es un defecto, quiero decir, nuestra civilización. ¡Básicamente defectuosa, hijo mío! Tal vez podríamos estudiar el problema y buscar la solución juntos. Tal vez podríamos, si tan sólo no fuera demasiado tarde... ¡Dios mío! ¡Cuán harto estoy de hablar! "¡Palabras, palabras y más palabras!".

 

Alexander, dialoga con su hijo en la película Sacrificio (Offret) de A. Tarkovsky en 1.986.


Estas palabras del guion del testamento cinematográfico y vital de Andrei Tarkovsky, bastarían para no tener que escribir más a partir de esta frase. 

Pero me duele tanto que tengo que escribir. Me duele no poder hacer, no poder ayudar. No poder nada contra tanto dolor.

El poeta de las imágenes ruso  describió en sus películas las esencias de la vida: La fe. El amor. La muerte. El tiempo. El sueño de existir.


Si acaso somos algo, somos tiempo. Apenas nada más. Un violín afinado por la ceguera, un sonido que nos desmaya por el dolor que resuena.

Bueno, también somos hartazgo, desesperación, impotencia, agotamiento frente a un sistema que digiere todo lo que se opone a él. Un sistema que engulle a las grandes preguntas: 


El tiempo y qué hacemos en ese tiempo. ¿ Qué estoy haciendo aquí?

Todo se nos ha ido olvidando: a amar, a vivir, a sentir. 

Somos olvido a nuestro pesar.

Olvidamos que somos los que ya fueron y los que vendrán. Somos presente.

Olvidamos la sencillez de vivir con delicadeza.


Caemos en la tentación de dejar de querernos a nosotros mismos. De valorarnos como seres humanos. Caemos en vendernos olvidando que no podemos caer tan bajo. El ocaso mismo de nosotros mismos.

Rota la esperanza de un futuro basado en la tecnología no queda balaustradas más allá, que agarrarse al sacrifico por el otro, a la capacidad de amar como único sentido de este camino en silencio. Silencio solamente roto por Bach. Un susurro, un consuelo, en esta carrera de velocidad que nos conduce al abismo y hacia la destrucción.

Frente a ese absurdo de la vida tan beckettiano, ante ese silencio de Dios que no hace nada frente al Planeta que gira infinito desde hace millones de años en una masa oscura e hipnótica llamada Universo, otro silencio: el ofrecernos a los prójimos desde las verdades fundacionales. Una espiritualidad más oriental que occidental, pero tan cercanas a la Pasión de Bach, que nos reclaman nada menos que volver al Verbo, a la Naturaleza el espejo donde mirarse ante esta debacle que nada ni nadie parece poder detener. 

Un volver a los orígenes, que ya nos proponía el incómodo, contradictorio e imprescindible Pasolini de sus último años: viendo cómo el monstruo consumista devoraría la conciencia de clase de los obreros italianos, abocando a una nueva religión irracional y vacua: el dinero por encima de los valores.

Tarkovsky desde su lente distanciada, impertérrita y cenital, nos propone un reflejo del espejo, un caleidoscopio desde el que contemplar horrorizados la distorsión grotesca evolutiva de la especie humana. Un viaje al interior de nuestras almas.

El misticismo que desprende la mirada que deambula entre el arte: la poesía, la pintura, la música, orígenes del misterio que encierra condensar en imagen en movimiento de la vida. El blanco y negro o el color captando de manera naturalista lo intangible, lo sublime, el misterio del más acá y del más allá. 

Al final, la vida desde el momento de ser nacidos, no es otra cosa que prepararnos para la muerte entendiendo en ese camino al límite de la cordura o la locura. Adentrándonos en los terrenos pantanosos de lo que la mente humana es capaz de comprender. Por ello es necesario acercarse desde el alma, desde la intuición y el laberinto sentimental que nos atormenta. Acercarnos desde las palabras de los que ya superaron el tiempo y el espacio. Los que ya sintieron y se fueron, quizá no tan lejos. 

... continuará...


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