Día del Libro, 23 de abril. Confinados. Vigésimo año del tercer milenio

Estamos en cuarentena. Vivimos entre sombras y  afectos. Acompañados por lecturas y gentes.

Este 23 de abril, no saldremos al encuentro de los libros. No podremos.
Serán las pantallas las que nos acerquen a los eventos programados.
Nos causa extrañeza un 23 de abril sin librerías, sin ferias del libro, sin plazas repletas de lectores y libreros. Sin rosas y sin marcapáginas. No habrá saludos ni firmas.
Este 23 de abril, no habrá lecturas dramatizadas del Bardo en las calles. Tampoco Quijote será declamado por trescientas voces cada sesenta minutos. Sobrevendrá desde las casas, desde los balcones. Leeremos en voz alta, o para adentro. Leeremos en la intimidad, en pareja o en familia. 

Olfatearemos el papel de los libros que habitan en nuestros anaqueles y los podremos abrazar.
En nuestras habitaciones los libros ocupan mesillas de noche, se amontonan en veladores, se esconden entre revistas y álbumes de gran formato. Nos susurran poesías en el baño, nos canturrean recetas en la cocina, nos entonan aforismos en la brevedad de una visita a la alcoba de invitados, nos instruyen para saciar nuestra curiosidad y satisfacer nuestros deseos de instruirnos.
Lucirán las letras negras sobre fondo blanco en pantallas virtuales. Nos iluminarán el rostro. 
Desafiando oleajes, los escritos reflotarán en este temporal. La belleza y la cultura sacarán de la ciudadanía lo mejor, para no volver cual zombies, convertidos en seres moribundos, a los teatros, a las bibliotecas, a las librerías, a las presentaciones de libros, a los templos del leer.
Vendrán tiempos nuevos, ignotos, y tendremos que seguir leyendo periódicos veraces,  disfrutando comics sutiles, que nos interroguen, que nos obliguen a buscar en nuestra voz interior las preguntas más esenciales, que nos recuerden la importancia de la palabra exacta, del adjetivo apropiado, de la idea sublimemente expresada.
La cultura de un país es su verdadera bandera. Lectores y curiosos llevando libros como estandarte. Ese bien podría ser un futuro mejor. El no future de los punk de los años de la crisis de los 70, podría ser ahora otro mundo es posible si leemos.
El mundo cambia a mejor si hacemos cosas mejores en cada día de nuestras vidas.


Pasaremos página, para leer otro capítulo, para que nos deje de doler la vida. Dejemos que nos sorprenda el siguiente capítulo, el verso que sigue.
Hemos aprendido a vernos como seres finitos, insignificantes, los libros nos han llevado de viaje a los lugares de oro, carne, demonios, y corruptelas. Nos han alegrado en los peores momentos con las más bellas historias. Desvelando nuestras horas de descanso, acompañándonos en esperas, en traqueteos en trenes, acercándonos a otros lectores como si fueran un reflejo de nosotros mismo leyendo el mismo texto. Nos han desnudado, exfoliado, alterado, enamorado. 
Cargamos nuestros morrales con ellos, a pesar de no ser ligeros. 
Pero merece  la pena el suplicio de acarrearlos en mudanzas y viajes. 
Seguiremos siendo ratones de biblioteca. Subsistiremos cuestionando todo lo leído. Atesoraremos más ejemplares, regalaremos libros, releeremos buscando parar los relojes, subrayaremos frases que olvidaremos para volver a encontrarnos con ellas secretamente.
La lectura es el alimento imprescindible. Sagrado en algunos casos.
Un día perfecto debe incluir lecturas, palparle las costuras, adentrarse en sus laberintos, perderse entre palabras desconocidas, saltar de un autor a otro autor, desayunar en el siglo VII a. de C. con Homero, almorzar llorando con Kavafis contemplando el incendio de Esmirna por los turcos hace cien años, cenar frugalmente con Lorca en Nueva York, terminando a altas horas de la madrugada con el insomne soñador Nabokov cazando naranjas mariposas.

Intenta afinar tu alma sin libros. Arduo.
Intenta soñar sin ellos. Imposible.

Los libros son el cobertizo de los recuerdos perdidos. A la manera de los muertos son nuestra memoria. Nos permiten mantener las fragancias que nos acompañan en este, nuestro corto viaje.
Al final la voz de los escritores, son voces de unos amigos. De un conjunto de seres siempre presentes, que perviven siglo tras siglo, son los luthiers de nuestro oído desafinado,  que lo acostumbra a las palabras bellas, a las que definen el alma humana. A esas que vertebran el errático existir a la espera de que la vida se ensanche, y que las gafas se gradúen para no olvidar lo que somos en esencia. Somos un cerebro que contiene todos los misterios del Cosmos que nos contiene. Apenas eso. Preguntas, curiosidad, amor, y soledades compartidas. Toda ésta sinrazón duele menos gracias a las Artes. Sin ellas, la existencia seria insoportable, más vacía incluso; sin la mesa redonda de los que sueñan despiertos sin haberse sacudido su infancia del todo, todos los demás podemos saborear gozosas viandas que nunca podríamos guisar nosotros solos. Somos polvo de sueños.

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