Escritura sin etiquetas. El corazón del daño, María Negroni



Maria Negroni en conversación con Maria Ángeles Pérez López 
en la librería Letras Corsarias, Salamanca.






“Escribir es horrible, es tremendo, es un privilegio, es una desgracia" 

“Mi madre era la dueña del lenguaje”

María Negroni. 



En este "El corazón del daño",  María Negroni, nos invita a bucear en sus recuerdos de infancia. Exilio interior. Somos lo que decidimos recordar. Aquello que creemos que nos ocurrió. Aquello que construimos desde la poca fiabilidad del recuerdo. Su madre asmática, un poema de Celan que ratifica las fallas de la memoria, un padre que juega al póker, ausencias y referencias de sus lecturas de vida. Las que afloran entre las ramas de su biografía. Memoria y refugio. Hija en el rol de hija que debe matar a la madre y la madre permanentemente presente: cruel, dueña del lenguaje primigenio.

Es una lluvia de nuevas preguntas las que nos plantea sin saber si hay respuesta. Los interrogantes que narran, que brotan una mañana entre los sueños y el amanecer nos miran desde el  espejo del pasado, repleto de vaho de la desmemoria, de la duda. Escribe Negroni desde el camino recorrido, desde la incertidumbre de caminar sin mirar(se) atrás más de aquello que quedó grabado en el eco de la edad. Siempre caminamos hacia atrás,

Disfrutamos de su escritura sin etiquetas, poesía, prosa, biografía, citas literarias, rememorada infancia, escribiendo desde la pluma cargada de tinta nacida de la obsesión. Ausencia, pérdida, dolor y escritura que remueve. 

Hace una masa compacta. De frases cortas. De impactos certeros. Fragmentos que encajan en la porcelana rota que es vivir cada día, y más si eres mujer. Mujer pendiente del azar y de la necesidad que debe desdoblarse para alcanzar dar vida a su obsesión permanente: la escritura. 
Elaborada como la masa del panadero: con los dedos, el amor y la paciencia.


Jules Renaud: No todo el mundo tiene la suerte de ser huérfano.


Vivir o escribir. Elecciones en este Laberinto.

Caminar, cimbrear sobre el alambre del juego de no saber. 

Desde la minuciosidad de aquella que prefiere callar escribiendo. Desde su soledad y su pensamiento, desde su memoria recuperada nos trae literatura sepultada por otra literatura, los años que transforman el olvido a la diáspora de escritoras y escritores que nos dejaron sus poemas, sus ideas, sus filias.

Tras la lectura el silencio. El silencio que crea recuerdo, que crea escritura y luego viene el silencio del lector que se interroga, que escucha la voz de la poeta, el lector que se hunde en la Nada del Silencio cuando el poema lo derrumba. Lo manda al fango de la belleza más inexplicable, la más salvaje, la más osada. 

Combate el que libra la escritora argentina que bebe de las implacables páginas (que es lo mismo que decir la Vida) de Duras y su madre. 





Inicio de el libro El corazón del daño


María Negroni




En la casa de la infancia no hay libros.

Patines hay, bicicletas, cajas de cartón con gusanos de seda, pero no libros.

Cuando le digo esto a mi madre, se enfurece.

Por supuesto había libros, dice.

No sé. En todo caso, no hay una biblioteca de ejemplares ingleses como la que tuvo Borges.

También de otra cosa estoy segura: una mujer difícil y hermosa ocupa el centro y la circunferencia de esa casa. Tiene los ojos grandes, los labios pintados de rojo. Se llama Isabel, pero le dicen Chiche, que significa juguete, pequeño dije, objeto con que se entretienen los niños.

En una escena interminable, la miro maquillarse en el baño.

Un hechizo de ver esa mujer. A las veces, hambre y golosía.

Adentro puro, enigma puro.

Mi fascinación la divierte. De vez en cuando, mira hacia abajo y me ve. Solo de vez en cuando.

Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida.

Nunca amaré a nadie como a ella.

Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya, por qué nada de lo que hago le alcanza.

Preguntas que no formulo, no entonces.

Solo intento adivinar lo siguiente vivo de las cosas.

Mi madre ante el espejo, igualita a Joan Fontaine.

Será coqueta hasta el final. Nunca le faltará el rouge en los labios, ni siquiera cuando su historia clínica compute veintitrés fracturas, cuando depure su estética de la enfermedad.

Mi madre afirma que había libros en la casa de la infancia.

Quién sabe.

¡Mirá qué suavita estoy!

Hay invitados a cenar y yo me embadurné el cuerpo con tu crema francesa.

Había una vez un antes, se perdió.

¿Alguien olvida una cosa así?

¿O la esconde en el regazo para siempre?

En ese antes hay marcas, gruesas como cicatrices, dispuestas a ser leídas, una y otra vez.

El rayo tiene una sola función: quemar.

Quema ilustrado, feroz.

La palabra tupadre.

La expresión No contestes.

Cuestas del mundo.

Vi vago el adelante de la noche.

Un libro no tiene ni pies ni cabeza, escribió Hélène Cixous.

No hay una puerta de entrada.

Se escribe por todas partes, se entra por mil ventanas.

Un libro es, al principio, algo redondo.

Después se ajusta.

En cierto momento se corta la esfera, se aplana, se la transforma en rectángulo o paralelepípedo.

Se da al planeta forma de tumba.

Se le pone un gabán de madera.

Al libro le basta con esperar la resurrección.

La casa de la infancia no figura en los mapas.

Muy cerca: acequias, terremotos, nieve, un río de piedras que se desborda en verano y se calcina en invierno. Árboles del paraíso y una calle cortada, donde no pasan autos: los chicos andan en bici, juegan a la mancha, al tinenti, al poliladron, las escondidas.

Incluso yo, cuando no estoy haciendo deberes, o escribiendo la palabra “necesidad”, primero con “c”, después con “s”, en mi cuaderno de castigo.

Hay también la cantidad de pájaros felices, posados en las ramas.

Enorme y fría la casa de la infancia: mi madre prende estufas de kerosén que apestan.

(El comedor, dice, es una tumba; cuando me muera, pónganme calefacción en el cajón)…

 


Negroni, María

Publicó en Vaso Roto Archivo Dickinson (2018), Exilium y El arte del error (ambos en 2016). Es además autora de numerosos poemarios como Arte y Fuga, Interludio en Berlín o Cantar la nada; ensayos: Elegía Joseph Cornell, Objeto Satie, El testigo lúcido, Galería Fantástica o Pequeño Mundo Ilustrado; inclasificables como 22 Cartas extraordinarias de escritores muy reales y dos novelas El sueño de Úrsula y La Anunciación. 

Beca Guggenheim en poesía y Premio Internacional de Ensayo Siglo xxi, su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco y portugués. Actualmente dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF en Buenos Aires. Su última novela El corazón del daño acaba de ser publicada por Literatura Random House. 

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