Los últimos de la estirpe


Ultimo concierto de The Beatles. 

 El 30 de enero de 1969, The Beatles dieron su último recital en vivo desde la azotea del edificio de Apple Records, en Londres, el cual fue suspendido por la policía. Tras montar sus instrumentos y conectar todo el equipo, los Beatles empezaron a interpretar un jam de "Get Back" alrededor del mediodía de un jueves borrascoso. Era la hora del "lunch" en la capital inglesa. La gente que tuvo la fortuna de cruzar frente al número 3 de la calle Saville Row simplemente no podía creer lo que veían sus ojos: habían pasado exactamente 885 días desde la última vez que el "Fab Four" se había presentado en vivo con instrumentos en mano, y ahí estaban, de nuevo, pulsando sus guitarras y vocalizando frente a los micrófonos. 

George Harrison invitó al teclista Billy Preston como músico de soporte, y en los sótanos de Apple Records se encontraba el ingeniero Alan Parsons —el mismo que operó la consola durante la grabación de The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, y el mismo de The Alan Parsons Project— registrando todo lo que sucedía allá arriba, en la azotea. El recital duró aproximadamente 42 minutos y fue interrumpido por la policía, que se presentó en el edificio debido al ruido y a los problemas de tránsito que el evento musical había generado —después de todo, se trataba de los Beatles dando un concierto gratuito. Al final, y poco antes de que los micrófonos fueran desconectados, John alcanzó a decir: "Me gustaría dar las gracias a nombre del grupo, y de mí mismo, y deseo que hayamos pasado la audición". El material fílmico que resultó de ese último concierto terminó formando parte del documental Let It Be. Algunas de las canciones interpretadas en el concierto en la azotea, además de "Get Back", fueron "Don't Let Me Down", "One After 909", "Dig A Pony"


Escucho a The Beatles en aquel London del último año de la década de los 60 y veo a los hermanos Panero. ¿Asociaciones desde el subconsciente?

Los Panero no tenían mucho que ver entre ellos. O sí... Su modo de vida fue o Todo o Nada como su vida y su escritura. Raros, ruinosos, cultos, Peter Panes zarandeados.

Malditos, malnacidos, locos, desagradecidos, Michi cuerdo y destrozado por la bebida, Juan Luis cuerdo a su modo.
 Leopoldo el más directo, atroz y crudo poeta , con sus libros retratando sus pensamientos y vivencias en manicomios.

Un mundo que se agota, aquella Astorga, aquella familia en la que todos sabían que no iban a tener descendientes. Un inicio que da miedo con ese acto de inauguración-homenaje de la estatua de Leopoldo Panero (el padre el poeta el muerto)

Señoritos de Astorga matando al padre ausente, Leopoldo Panero Torbado (1909-1962) ante el público, tras la lente de Jaime Chávarri y con la producción de Elías Querejeta, toda una bomba de relojería en plena Transición. 
El Desencanto, un título que no dejaba indiferentes a los espectadores que acudían en masa a ver en butaca de patio el morboso espectáculo de despedazar a la familia Panero entre ese ramillete de familiares entre los cuales no faltaba de nada: drogadictos, alcohólicos, enfermos mentales, 
 La madre de la estirpe, Felicidad Blanc (1913-1990), la madre. Sofisticada, distante, con tintes de niña bien malvada, de belleza hipnótica, y con poca habilidad para la vida cotidiana y las cosas prácticas.

En Después de tantos años, la segunda parte del documental, dirigida por Ricardo Franco en 1994, cuando ya había muerto la madre en 1990, se retorna a los recuerdos. Al derecho a recuperar "los momentos felices". Rememorar aquellas voces que se fueron distorsionando hasta la parodia. Recordando el blanco y negro teñido de humo, de fotografías en sepia, el jardín y el caserón, desde el color desvaído, casi de película de terror B, relaciones rasgadas, silencios rotos, fricciones que salen a flote, ajustes de cuentas rodados en 35 milímetros. ¿Cinismo, teatro social, recuerdos no del todo exactos?

Tal vez los últimos momentos de ver a los Beatles en concierto, fueron como ver en la pantalla los momentos finales de esa estirpe que fueron los Panero.
 



20 DE DICIEMBRE DE 1990

Termina un año donde la vida y la muerte
tensaron como un arco su furia y resistencia,
las aristas más duras, los filos de las flechas.

Hoy ya -entre tantos otros- Felicidad Blanc,
Jaime Gil, José Luis Alonso, son sólo nombres,
desterradas sombras, tachaduras en la agenda del tiempo.
Muerte y vida, también llegan visiones:
una esquina perdida de una calle perdida,
en Buenos Aires, los ojos de una mujer,
y palabras, Enrique Molina leyendo un poema de Borges
y Borges resucitado en la voz de Adolfo Bioy Casares, desencanto
sentados en su casa, mientras, tibia luz transparente,
entra el sol del invierno austral por la ventana.
Terco superviviente de oscuras derrotas,
espectador aún del color de los días.

El testamento inútil de un rostro en el espejo,
y el misterioso, impreciso vuelo de una flecha,
el metal que hiere y esta vez mata.


Este poema pertenece a Los viajes sin fin (1993), de Juan Luis Panero, 

Editorial Tusquets, 1993. 



A MI MADRE
(reivindicación de una hermosura)

Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablamos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón
con empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve).



de Poemas del manicomio de Mondragón, de Leopoldo María Panero.

Editorial Hiperión, 1987.





Semblanzas de los tres hermanos Panero Blanc:


Juan Luis

El poeta Juan Luis Panero, nacido en Madrid en 1942, era el mayor de los tres hijos del poeta Leopoldo Panero y  protagonista -junto a sus hermanos, Leopoldo María y Michi, fallecido en 2004- del hoy mítico documental de Jaime Chávarri El desencanto (1976), una demolición en toda regla de los pilares de autoridad y pudor de la familia tradicional española. En aquella película Juan Luis hacía de sí mismo en el papel de esteta decadente, una señal tanto de su literaria afición al fracaso como de su propio destino, porque el viento de la época era más favorable al malditismo de su hermano Leopoldo, uno de los nueve novísimos de Castellet.

Juan Luis Panero siempre fue un poeta de línea clara, narrativo, clásico en el mejor sentido de la palabra, cernudiano, borgiano en lo que ese adjetivo tiene de confusión entre vida y literatura. Durante buena parte de su carrera, su obra estuvo relegada por la atención que suscitaba la de su indomable hermano Leopoldo –el loco oficial de la literatura hispana- y por las corrientes neovanguardistas del 68. El giro hacia la claridad que dio la lírica española en los años ochenta del siglo pasado rescató una voz poética que se había iniciado en aquel inefable 1968 con A través del tiempo, que en 1985 recibió el Premio Ciudad de Barcelona por Antes que llegue la noche y que tres años más tarde se convirtió en el primer ganador del Premio Loewe con Galería de fantasmas.
En 1997 la editorial Tusquets publicó su Poesía completa, que incluía seis libros a los que se uniría Enigmas y despedidas (1999), otro paso en un camino cada vez más consciente del transcurrir del tiempo, es decir, de la muerte. Fue su último libro de poemas. Meses después apareció Sin rumbo cierto, sus memorias conversadas con el profesor y crítico Fernando Valls. Con él obtuvo el Premio Comillas de autobiografía.

Después de pasar largas temporadas en Latinoamérica, donde trabó amistad con autores como Juan Rulfo u Octavio Paz, Juan Luis Panero se instaló con su mujer en Torroella de Montgrí. De allí solo salía para coloquios y lecturas de poemas en los que declamaba cavernosamente sus versos, hablaba de su remota infancia en Londres -donde su padre dirigía el instituto franquista de cultura sin dejar de tratar a los exiliados, Cernuda entre ellos- o de sus delirantes años como interno en un colegio de El Escorial. En aquella salidas últimas se interesaba también por el trabajo de los más jóvenes, bebía vino blanco y recibía sin engolar la pose la admiración de lectores para los que ya no era el hijo de ni el hermano de sino el autor de una obra tan cargada de la literatura de los otros –Eliot, Cavafis, Cernudamismo - que resulta absolutamente personal, inconfundible.
“Frente a mí, imperturbables, desveladas,/pasan, en silencio, vida y muerte,/evitando, con un rictus cansado,/este fantasma insomne, este papel en blanco,/esta hoguera apagada que perdura”. Son las palabras finales de un poema de su primer libro, pero podrían haberlo sido del último porque Juan Luis Panero escribió siempre variaciones sobre un mismo tema: la vida, su vida, la muerte, su muerte.

Leopoldo María

Hace poco más de nueve años, en Las Palmas, murió Leopoldo María Panero. La suerte, que no siempre es favorable, le ha deparado una extraña sobrevida. Raro, marginal, loco, maudit; su fama y su vida personal y familiar (en gran parte conocidas a través de las películas documentales El desencanto y Después de tantos años) velaron su obra, auténtico sustento de su genio. Con este motivo se crea este blog: devolver al creador, al artista, al inspirado poeta (no al loco, no al babeante, ni al vociferante, ni al insomne). Su obra literaria, rodeada de las voces de su padre, Leopoldo Panero, su madre Felicidad Blanc y de sus hermanos, Juan Luis y «Michi» son todo lo que el tiempo debe conservar. Este es el propósito: combatir la pasión infecta del sensacionalismo devorador, la incesante y absurda adoración de falsos ídolos, el romanticismo impúdico y abyecto que se regocija en la enfermedad y aleja, miserable, la belleza.

Hermoso Texto extraído de su página web.

Michi


Michi, hijo de la escritora Felicidad Blanch y de Leopoldo Panero -considerado uno de los poetas oficiales del franquismo- y hermano pequeño de Juan Luis y Leopoldo, padecía una cirrosis crónica galopante que, unida a un cáncer, agravado en los últimos meses, desembocó en un fulminante infarto de miocardio. Murió en su residencia de Astorga, ciudad en la que su familia pasaba largas temporadas, a donde se había trasladado hace unos dos años desde Madrid con la esperanza de vivir tranquilo para escribir sus memorias.

Trabajó desde muy joven en el Instituto de Cooperación Iberoamericana y participó activamente en la vida cultural madrileña durante los años de la transición. Durante ese periodo publicó artículos en Diario 16 y posteriormente en El Mundo, sobre todo críticas de cine y de televisión y crónicas culturales.
Las películas El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) y Después de tantos años (Ricardo Franco, 1994) son documentos esenciales para conocer a la familia Panero y también una disección extraordinaria del tardofranquismo y los primeros años de la transición.

La soledad de Michi Panero fue inmensa en sus últimos momentos, igual que sus penurias económicas, que no escondía y reconocía con la misma ironía y socarronería que afrontaba su existencia. Tenía 51 años, pero sus enfermedades habían dejado en él una cruel huella que no trataba de ocultar ni contrarrestar. Le visitaban en su casa varios amigos "de Madrid" de vez en cuando, a los que recibía con agrado.

Trabajaba desde hace tiempo en sus memorias, de las que él decía en conversaciones privadas que iban a ser unas memorias "con la ironía" que siempre le faltó a su familia.


Extraídos este texto y más arriba el de Juan Luis 
de la sección Obituarios de el diario El País.


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