Holy Motors retumba en la mente de Ingeborg Bachmann

 

"Let my Baby Ride" by Doctor L en la película:
Holy Motors.
Léos Carax, 2.012.



Cuando Ingeborg Bachmann sospechó que sabía escribir poemas dejó de escribirlos. Fue tras su segundo libro, una portada de Der Spiegel y la fama repentina. Demasiado para su timidez, su inteligencia y su sensibilidad. Tan sólo años después, y contra la fácil pendiente que conduce al “retumbar vacío de sílabas”, se atrevió de nuevo con la poesía. 18 poemas, los últimos que escribió.

Entre ese puñado último leemos " Una especie de pérdida ", un poema de amor bellísimo, ni rimbombante ni edulcorado ni falsamente sentimental. No podía ser de otra forma en una poetisa obsesionada con la precisión del lenguaje, el conocimiento y al mismo tiempo dotada de una sensibilidad fuera de lo común para hacer de la nostalgia algo digno de ser compartido entre desconocidos.



Una especie de pérdida 


Usados en común: estaciones del año, libros y una música.

Las llaves, los boles de té, la panera, 

sábanas y una cama.

Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, empleados,

gastados.

Un reglamento de casa observado. Dicho. Hecho. Y

siempre alargada la mano.

 

De inviernos, de un septeto vienés y de veranos me he

enamorado.

De mapas, de un poblacho de montaña, de una playa y de una cama.

Con fechas he hecho un culto, promesas he declarado

irrevocables,

he adornado un algo y he sido devota delante de una nada,

 (-de un periódico doblado, de las cenizas frías, del

papel con un apunte)

impávida ante la religión, porque la iglesia era esta cama.

De la vista de un lago surgió mi pintura inagotable.

Desde el balcón había que saludar a los pueblos, mis

vecinos.

Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi

cabello tenía su color más intenso.

La llamada a la puerta era la alarma para mi alegría.

 
No te he perdido a ti,

sino al mundo.

 

Traducción de: Cecilia Dreymüller y García, Concha


ORIGINAL ALEMÁN

Eine Art Verlust

Gemeinsam benutzt: Jahreszeiten, Bücher und eine Musik.

Die Schlüssel, die Teeschalen, den Brotkorb, Leintücher

und ein Bett.

Eine Aussteuer von Worten, von Gesten, mitgebracht,

verwendet, verbraucht.

Eine Hausordnung beachtet. Gesagt. Getan. Und immer

die Hand gereicht.

In Winter, in ein Wiener Septett und in Sommer habe ich

mich verliebt.

In Landkarten, in ein Bergnest, in einen Strand und in ein Bett.

Einen Kult getrieben mit Daten, Versprechen für

unkündbar erklärt,

angehimmelt ein Etwas und fromm gewesen vor einem Nichts,

( – der gefalteten Zeitung, der kalten Asche, dem Zettel

mit einer Notiz)

furchtlos in der Religion, denn die Kirche war dieses Bett.

Aus dem Seeblick hervor ging meine unerschöpfliche Malerei.

Von dem Balkon herab waren die Völker, meine Nachbarn,

zu grüßen.

Am Kaminfeuer, in der Sicherheit, hatte mein Haar seine

äußerste Farbe.

Das Klingeln an der Tür war der Alarm für meine Freude.

Nicht dich habe ich verloren,

sondern die Welt.



Ingeborg Bachmann, nacida en
1.926 en Klagenfurt, capital de la región de Carintia, colindante con Italia y
Eslovenia, Ingeborg Bachmann se autodefinió consciente del lenguaje
desde pequeña por haber crecido entre tres lenguas: el alemán austríaco, el
esloveno y el italiano (que le enseñó su padre, profesor de este idioma). Su
infancia feliz, sin embargo, terminó a los doce años. El primer recuerdo
traumático fue la toma del poder por los nazis en 1.938.

Se fue a Viena antes de cumplir 20 años; allí se relacionó con los escritores y artistas que intentaban recomponer una escena intelectual después de que la guerra lo hubiera arrasado prácticamente todo. Incluida la lengua misma, que los nazis habían convertido en un instrumento más de su salvaje empresa de masacre universal. Allí conoció a Paul Celan, con quien mantuvo una amistad amorosa hasta el suicidio de este, en 1.970. 
Para Celan, el poeta judío que estrujó y trituró la lengua alemana hasta hacerla decir lo que parecía imposible, hasta llevarla a una región de desolación y de belleza casi irrespirable, la interlocución con Bachmann fue fundamental.
Tiempo del corazón (FCE, 2012), que recoge la correspondencia entre ambos poetas (y también la de Bachmann con Gisèle Celan-Lestrange, esposa de Celan, y la de este con Max Frisch, compañero de Bachmann entre 1.958 y 1.963), es un epistolario de una intensidad y un interés difíciles de superar, plena de deseo, desolación, sensibilidad artística exacerbada, lucidez crítica y la salud mental amenazada por el peso de una tragedia demasiado reciente y demasiado enorme como para ser sobrellevada.

La cuestión de la verdad, de cómo encontrar palabras no «gastadas»
para expresarla, fue siempre una inquietud de Ingeborg Bachmann. No en
balde estudió Filosofía Pura, Psicología y Germánicas y criticó en su tesis
doctoral la filosofía existencial de Martin Heidegger. Fue su ocupación
con las teorías de la escuela neo-positivista vienesa, sobre todo con la
teoría del lenguaje de Ludwig Wittgenstein, lo que confirmó su
escepticismo frente a las posibilidades del lenguaje y sirvió de
fundamento para el desarrollo de su poética: «El más importante de mis
encuentros intelectuales ha sido con la obra del filósofo Ludwig
Wittgenstein». Para Wittgenstein, la filosofía debía limitarse al análisis
lógico del lenguaje, el cual sólo puede expresar lo que es
intersubjetivamente comprobado. De esta forma se traza una frontera entre
«lo decible y lo indecible» (título de uno de los dos ensayos que la poeta
dedicó al admirado filósofo).

 Muere en Roma en 1.973 en circunstancias poco claras: algunos afirman que sufrió un accidente en su casa de la Via Giulia y otros apuntan la posibilidad de un suicidio.

Su obra poética dio un impulso decisivo a la
poesía alemana de posguerra; junto a la de Paul Celan y la de Use
Aichinger representó el contrapeso necesario contra su estancamiento en
el enajenado esteticismo del último Gottfried Benn, en la inocua ‘poesía
de la naturaleza’ o en la poesía religiosa del momento.

No ceso en reivindicar el lugar de la mujer en la sociedad y en la literatura y tratar de buscar un nuevo discurso no dominado por la pluma masculina. Como ella misma afirmaba en uno de sus poemas, la mujer debía poder estar viva en las palabras:

"Estar permanentemente en las palabras, quieras o no,
estar siempre vivo, lleno de palabras por la vida,
como si las palabras estuviesen vivas, como si la vida fuera palabra."

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