Víscera invitada: Perpetuum mobile

 


Perpetuum mobile


Antes de intentar nacer, yo vivía en una casa junto al lago. Aquel dónde se supone que vivió Kafka. Yo casi nunca le vi. Ocasionalmente me crucé con él un día. Era alto, joven, considerado.  Me dio lumbre para mi pipa asmática de tabaco oloroso. Tabaco recio que soportaba humeante las ventiscas de aquellos perpetuos inviernos.

Yo pensaba que nacería como todos los demás. Como ustedes.

Luego ya saben, ya nunca llegué a nacer. Nunca estuve, ni he estado, ni estaré. Estuve en ese puente colgante entre el nacer para vivir y habitar esa vida que llaman terrenal, o vagar infinitamente como hizo Lázaro (aquel resucitado salido de aquella losa hendida que cubría el sudario vacío) por los jardines de la desesperación. La Nada, el Aburrimiento. Lo Eterno. Ser un ente de otro siglo, vagando por el elástico tiempo, en el pasillo infinito del Cosmos.

Una entelequia más en este completo Misterio.

Levito cual Ángel sobrevolando Berlín. Anido entre silencios, invisible a los ojos de los que Habitan. Gravito entre auroras y horizontes. Deambulo en los lindes, mitad Ángel y mitad Mujer: efebo angelical viviendo en el equívoco. Os custodio, os abrazo cuando estáis recién nacidos, recientemente llegados desde otros Universos, engendrados por las generaciones pasadas. Sois murmullos congelados. Intentos fallidos de concebiros cual fascinantes ídolos. Así se va conformando el mundo. Nos acostumbramos a todo. Fracaso tras fracaso. A mí no me hubiera molestado ser un ídolo caído. Pero no envidio existir. 

Vago, sobrevivo o moro. Ustedes eligen. Resisto, rondo entre los recuerdos, entre los olvidos, entre las vidas de las otras presencias. Exultación de pasados y futuros. 

Los paisajes mentales me dan sustento. Voy teniendo aquel don que solo tienen los muertos. No habito en los tiempos, no conozco las prisas, ni los hitos, ni la desmemoria. Tengo otras amnesias, no consigo abstraerme, o me abstraigo en exceso. Desconozco los sufrimientos y los placeres carnales. 
He asistido a miedos, venganzas, naufragios, vértigos, derrumbes. He presenciado enormes renacimientos, magnas epopeyas, admirables alianzas entre personas antagónicas.

El Tiempo pesa en la balanza humana, pesa durante unos cuantos giros del Planeta Tierra en torno al Sol: unos cumpleaños, unas décadas, dura algún siglo en algunos casos excepcionales. Algunos días de alegrías, y el resto son insoportables rutinas diarias.

En mí, el Tiempo no es verdad. No es tangible. Es continuo. No sé quién soy. No sé de qué estoy hecho. No duermo. Insomne vago entre piélagos, épocas y noches. Somos una selecta minoría los clandestinos como yo. Quedamos ya unos pocos en los recónditos rincones de la Creación. Me reconozco perdido. Eternamente vivo (a mi pesar). En mí no habita Futuro. Nada mido con vuestro tiempo. Vagabundo estelar.

Heredasteis la vida. Alcanzasteis el mundo que habitáis entre enormes nebulosas. Un sueño que apenas atináis a interpretar. Deambuláis pisando la duda, la codicia. Veo derrumbarse vuestras ansias de mañanas infinitas. Vosotros, yo, ellos, él, ella, somos Sueños incumplidos, imposibles. Al final combatimos contra el Tiempo para asomarnos a comprender alguna de las preguntas. 

Otros adioses, otros albores.


Para leer en La Víscera Magazine, número 6: Grietas, aquí.

Gracias por invitarme, por darme la oportunidad de coincidir en tiempo y espacio

con esas "vísceras" tan apetecibles, tan enormes: Carmen Amoraga y Raúl Vacas. 

Gracias a todo ese gran equipo Edulogic por todo vuestro incasable trabajo construyendo cultura.


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