Carlos B y Jaime G de B: Emperadores y maestros

Me reconocí en la obra de Carlos Barral i Agesta (Barcelona, 2 de junio de 1928 - Barcelona, 12 de diciembre de 1989) , y posteriormente en la de Jaime Gil de Biedma y Alba (Barcelona, 13 de noviembre de 1929-Barcelona, 8 de enero de 1990), al descubrirlos en la vieja, entrañable y ya desaparecida librería Hydria en la Plaza de la Fuente de Salamanca. Volví a ellos al reflejarme literariamente en unos textos de Revista de Occidente del verano de 1990. Leí y releí los textos inéditos (correspondencia entre los dos) y algunos entregados tiempo atrás a la imprenta, pero recuperados de números anteriores de la revista dirigida por Soledad Ortega. Era un número "especial" que rendía tributo a los dos escritores a propósito de su reciente muerte. Carlos nos había dejado en diciembre de 1989, y Jaime en enero del año siguiente. 

Recuerdo la prosa marinera Barraliana y concisa de un texto titulado "Privilegio de galera", escribiendo de manera culta, pero ágil y concisa, sus luminosos veranos mediterráneos, apegados a la siempre valorada libertad, navegando cerca de la costa soleada, y que ya anticipaba, el personaje de su novela "Penúltimos Castigos". Luego llegarían a mis manos sus tres excelentes tomos de memorias, que son la historia de la Cataluña y la España en su siglo XX. Y a partir de éstas, su poesía y todo lo que se imprimía y aparecía en las librerías y los periódicos.

Esta es mi tierra: Calafell. RTVE

Por la literatura de Carlos, llegué a la poesía y a los diarios de Gil de Biedma. Amigo, compañero de comidas, viajes, tertulias nocturnas y copas. Me adentré en su hermandad literaria con Alberto Oliart, Josep María Castellet, los Ferraté(r), Alfonso Costafreda, Ángel Gonzalez, y un sinfín de nombres inolvidables. Fue editor contra toda corriente y contra todo pronóstico. Como ocurre en la vida, muchas cosas te vienen sin quererlas y acabas dedicándote a ello y no a aquello que ansiabas. Por suerte para todos los lectores, su vocación de editor la descubrió ejerciendo de ello, subiéndose a hombros de gigantes cuando las dificultades editoriales más le apremiaban. Pasados los años su labor editorial la valoro más como un torrente de autores y títulos  imprescindibles en mis estanterías, y no como una aventura fallida empresarial y personalmente, de ese gran personaje que era Barral.

Ahora leo en la prensa, incrédulo por como pasa de veloz la vida, que ya son 30 años los transcurridos sin ellos. Y ahora, rememoro fotografías descoloridas de ambos( junto a Carmen Riera), en alguna presentación de algún libro o lectura de poesía. Veo a Carlos con sus ropas de marinero de Calafell, donde tanto disfrutaba del agua salada, del sol y de la libertad plena ante los horizontes inmensos. Luego ya en sus últimos años, como senador socialista, con su inseparable humeante pipa, y su barba de siempre pero más cana, y más de un viejo y sabio  Capitán Ballenero Ahab. Luego los dos disfrutando juntos de su ultimo verano juntos (no sé si ellos lo sabían o no lo intuían) , en la casa de Carlos en Calafell, con un Jaime perdiendo facultades, y un Carlos preocupado y absorto mirando la decrepitud de su amigo. Amigos, yogures, lionesas y vino en pequeños vasos, creo recordar haberle leído a Juan Marsé en una crónica escrita a posteriori.
Quién iba a pensar en aquellas calurosas tardes que moriría antes Carlos, solamente unos meses después.

Jaime, más "británico" (a pesar de no gastar el elegante bastón que acompaño en los últimos años a Barral) con su barba recortada, y su larga memoria tan basta como su cultura; cambiaba la seriedad de joven burgués criado de los barrios altos de la Barcelona burguesa, cuando bajaba a los bajos fondos tras sus largas mañanas en su despacho de ejecutivo la Compañía de Tabacos de Filipinas . Renovador de la poética, al acercar en sus apenas noventa poemas una mezcla de poesía autobiográfica, e incorporando inmejorablemente la tradición inglesa de los años treinta, como Auden o Eliot; también con esos versos del decir popular, elementos de rock y de pop, y la canción francesa (idioma que usa elegantemente y con frecuencia). Su conocimiento de los idiomas le ayudó en sus certeros y pocos poemas.

Ambos vivían en un islote común: su alegría de conversar en torno a la buena literatura, sus ganas de construirse como grupo de amigos inquebrantables. Lectores incasables, interesados por todo, personajes singulares que bucearon entre todas las artes, bebiendo de las fuentes de los mejores artistas. Fueron vidas poéticas más allá del indudable peso de su obra.

No volveré a ser joven - Loquillo

No volveré a ser joven - Miguel Poveda

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